Domingo pasado pesqué un tuit del profesor Salvador Cardús que resume perfectamente el chantaje moral procesista: “Aquellos que por muchas razones y por legítimas que sean no vayáis a la manifa del 11-S –escribía el sociólogo– el día después el unionismo será quien tenga los altavoces para contar los motivos que más le convengan.” El primer comentario que merece la arenga tiene una lógica tan infantil que casi da vergüenza escribirlo; porque –por mucho que la manifestación de la próxima Diada sea un éxito de crítica y público, incluso en el caso que las multitudes rabiosas inunden plaza Espanya como si la espuma de un surtidor mágico se tratase– la prensa unionista, como es obligada tradición, se encargaré de minimizar el hecho. Por mucho que Barcelona se tiña de amarillo, no veo ni a Griso ni a Quintana afirmando al día siguiente: “son muchos, joder: nos han ganado”.

La dinámica de fondo del tuit, además de continuar sin entender nade del carácter enemigo, esconde la perversa tesis de fondo según la que uno debe asistir por obligación a toda cuanta congregación indepe no por su valor o utilidad intrínsecos, sino para negar a los rivales la satisfacción del fracaso ajeno. No creo que el doctor Cardús piense que, el día 12 por la mañana, tres cuartas partes de los españoles se levantaran tempranito, ben d’hora ben d’hora, para saber el resultado cuantitativo del marasmo humano en Barcelona con el mismo fervor que uno consulta la Quiniela. Este espíritu naíf podría excusarse, pero lo realmente preocupante (y más viniendo de un intelectual competente de la tribu) es esta tendencia chantajista, si me permitís la metáfora fácil, a sacar las vergüenzas de los ausentes de clase sin antes preguntarse por si el profesor merece tener el aula vacía.  

Pase lo que pase tras la Diada, no habría nada tan terrible como imputar el fracaso de la partidocracia a la ciudadanía

Una ciudadanía que se pretenda independiente no puede obrar de forma racional si vive obcecada con lo que dirá la prensa española. El infierno me libre de decir a la peña dónde debe ir y de dónde ausentarse, pero no hace falta ser un Nobel para saber que el canguelo de este año por la posible falta de público en el 11-S responde únicamente al cinismo de unos partidos indepes que no sólo llevan muchos años acostumbrados a comandar la ANC, sino sobre todo a traficar con la ilusión del pueblo. Lo que la partidocracia teme realmente no es la participación li la salivante reacción de la meseta, sino que en la manifa –sea masiva o no– se exprese cualquier crítica al ridículo que llevan bastantes meses protagonizando; a los partidos no les da pavor que uno cambie manifestación por playa, sino la mera existencia de manifestantes o ausentes críticos y con capacidad de protesta.

Pase lo que pase tras la Diada, no habría nada tan terrible como imputar el fracaso de la partidocracia a la ciudadanía. Porque si la manifestación de este año tiene menor asistencia será responsabilidad de unos líderes que han mentido repetidamente a sus electores y que, mala suerte la nuestra, tienen una inteligencia tan limitada que no les permite entender que la gente, de tanta mandanga, ya tenga los cojones del alma demasiado llenos. Y si la gente empieza a reaccionar contra la cara dura de sus representantes, amigo Cardús, imagínate si se la trae al pairo lo que cuenten los altavoces extranjeros. Dejad de traficar así con los sentimientos de la gente, os lo pido, y dejad que los ciudadanos hagan y piensen lo que quieran.