Supongo que, después de toda la pantomima del acuerdo por el catalán y de que la administración Aragonès haya tenido la ocurrencia de buscar independentistas en Aragón, a estas alturas ya no debe quedar ningún alma cándida que regale ningún tipo de credibilidad al Govern y a los partidos indepes. A riesgo de hacerme pesado (en esta tribu tan experta en lo inalcanzable y en las tareas hercúleas, es la sencillez la que provoca una extraña alergia), repito de nuevo que el problema de la clase política catalana en la última década no ha sido su inaudita incompetencia sino la mentira, esta impunidad oceánica de unos partidos que han dado por descontada la paciencia crédula de unos electores a quien, desde el 1-O, solo han hecho que tomarles el pelo. También con el tema de la lengua, con un proyecto de ley que, digan lo que digan, amparará legalmente un porcentaje mínimo de español en las aulas.

La cobardía es la hermana pequeña de la impostura. Desde la gestación del acuerdo por la lengua, el Govern se ha salido por la tangente, asumiendo este paso atrás de objetividad matemática y admitiendo, como las parejas desavenidas, que tiene problemas de comunicación; la cosa es tan grave que el president Aragonès se ha llevado a los consellers de convivencias al Palau de Pedralbes para fingir que no pasa nada (la comunicación continúa impecable; reunir al Govern de la Generalitat en el dormitorio de Alfonso XIII y Franco es de fucking genios; a la próxima, reyezuelos, id a un hotel y, a poder ser, evitad el Juan Carlos). La podredumbre es general y la contaminación de los partidos ha llegado a las entidades irónicamente llamadas cívicas; incluso Òmnium ha celebrado que la escuela "esté abierta a conocer y reconocer todas las lenguas y culturas." Se deben referir a la suajili o el indostánico. En fin, dejémoslo.

Aquello que impide la liberación de la tribu no es España, sino esta élite nauseabunda que os ha castrado los últimos años de vida con un cinismo y una mala baba mucho más alta que la de nuestros enemigos. No se lo permitáis más. Que no lo vuelvan a hacer. Tirad el lacito amarillo a la basura, no los votéis más y así, a partir de aquí, podremos empezar a cambiar alguna cosa.

Pues bien, visto el panorama, espero que ya no haya nadie abrazando el sexo de los ángeles ni la impostura de los caraduras. "¿Y ahora qué tenemos que hacer?", me dicen a menudo los lectores, desesperados ante la intemperie del independentismo. Pues bien, empezaremos con pequeños cambios de alcance poderoso. Tirad el lacito amarillo a la papelera. Este lacito no tiene nada empático ni solidario; es el objeto perverso mediante el cual la clase política ha institucionalizado la mentira. Tiradlo a la basura, y así os desharéis de un símbolo que solo ha servido para acatar el 155, intercambiar el indulto de los mártires políticos para retornar a la autonomía y desplegar legalmente una ocupación española del país que ha empezado con la lengua y no parará hasta colonizarnos el cerebro. Si queréis empezar a emanciparos y volver al independentismo, sed valientes y deshaceos de la Kriptonita.

Una vez tirado y con el trasto muerto, os pido un segundo paso bien sencillo; no los volváis a votar nunca más. Sí, sí. Habéis leído bien. Nunca más. Cuando lleguen las próximas municipales, os vendrán con que, si no lo hacéis, la derecha radical, la ultraderecha y el hiperfascismo se apoderaran del Parlament. Como no pueden exhibir ningún tipo de gesta gubernamental, solo apelarán a vuestro miedo. No caigáis, por mucho que la alternativa a su presencia funesta sean Colau, el PSC, VOX, o el mismo Ku Klux Klan. Un pueblo no puede ser prisionero del chantaje ni los votantes nos tenemos que permitir la fraudulencia de escoger por eliminación. Eso no es democracia y, por otra parte, con el fin de gestionar una colonia administrativa ya nos irá bastante bien con Salvador Illa. Lo importante es tirar el lacito amarillo, no votarlos nunca más de los jamases, y empezar a renovar el independentismo con gente que no viva del fraude.

Es normal que os cueste. Lo habéis llevado en la solapa durante lustros, exhibiéndolo bien bonito en manifestaciones multitudinarias e incluso os ha servido de escudo contra la tiranía policial. Pero aquello que impide la liberación de la tribu no es España, sino esta élite nauseabunda que os ha castrado los últimos años de vida con un cinismo y una mala baba mucho más alta que la de nuestros enemigos. No se lo permitáis más. Que no lo vuelvan a hacer. Lanzad el lacito amarillo a la basura, no los votéis más y así, a partir de aquí, podremos empezar a cambiar alguna cosa.