Hará cosa de una semana, perdiendo el tiempo y lo poco que queda de juventud en un bar, me encontré con un colega de este mundo que me aconsejó adaptarme de una forma muy particular a los nuevos tiempos de la pre-autonomía. Medio en broma, regándolo todo con Laphroaig, mi amigo me dijo que aún era bastante joven para cambiar de vida y reconciliarme con La Vanguardia y La Caixa (de Alacant). "En Catalunya –remachó– todo acaba pasando por can Godó y las torres negras de la Diagonal". La anécdota no es nada arbitraria y responde a cierta lectura con que el españolismo catalán intentará subsumir los últimos lustros políticos del país como si, para los miembros de mi generación (Eixample, 1979), todo eso del procés hubiera sido como un último pecado de juventud que estamos a tiempo de corregir, de la misma manera que, para la quinta de nuestros padres, el Mayo del 68 fue un pequeño desvelo después del cual todo volvió al orden del hacer pasta, tener hipoteca y segunda residencia.

Esta readaptación al orden constitucional y a la sacralización de los tótems periodísticos y monetarios que garantizaban la Catalunya subsidiaria de España, que ya es una realidad asumida en el mundo de la Esquerrovergència, permitiría aquella cosa tan pujolista de intentar normalizar que eso de la independencia de Catalunya es un ideal por el cual vale la pena luchar pero que, en el fondo, es absolutamente imposible. El españolismo catalán (y los líderes soberanistas insensibles) saben que les será muy difícil readaptar al marco autonómico el cerebro de millones de antiguos conversos al independentismo, con lo cual se afanan por adoctrinarlos leyendo el procés como un espejismo simbólico por el cual se tendría que hacer terapia urgente. Tienes que cambiar de vida será la nueva matraca psicologizante de la rendición y transformará el tópico cursi según el cual uno tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, cambiando el dicho al pasado: a partir de ahora, hijito mío, lo que tienes que hacer es adaptarte a los viejos tiempos.

A partir de ahora, hijito mío, lo que tienes que hacer es adaptarte a los viejos tiempos

Lamento ponerme filosófico, perdonad; son cosas de la profesión. Lo pondré un poco más asequible; el españolismo catalán intentará que eso nuestro de los últimos años quede como una riña entre amigos borrachos que se han peleado sin saber muy bien por qué y que acaban abrazándose y llorando como dos niños para olvidar las tortas. Pensaba ayer mismo mientras escuchaba la amistosa conversación radiofónica entre el colega Gabriel Rufián y Xavier Sardà, una charla en que político y periodista intercambian morreadas como si la cosa fuera más una date que una entrevista. Mientras Rufián alababa el moderantismo de Sardà ("Junqueras nos ha recomendado que escuchemos más tus argumentos"), el neo-tertuliano agradecía el tono de Gabriel recordando nostálgico como, en un espacio de 8TV, "me dijiste que ojalá hubiera más tertulianos no independentistas como tú". Este amor forzado resume perfectamente la retórica de la reconciliación que nos viene de España.

Tienes que cambiar de vida, volver a soñar en escribir en La Vanguardia y aplaudir la obra social de La Caixa (de Alacant); esta será la nueva forma a partir de la cual te dirán amablemente que pases por el arco de triunfo el 1-O. Cada uno tendrá su particular fórmula de rendición, disfrazada en el idiolecto del curar heridas, y lo adaptará a lo que creen que más te conviene. Veremos cosas extraordinarias, no tengáis ninguna duda, porque eso de Rufián y Sardà es sólo el inicio de una operación de reconciliación de parejitas antes imposibles que dejará en minucias la prensa del corazón. Estamos en una época de poner precio a las personas, en efecto, y todo el mundo tiene preparada la etiqueta que más tiene pinta de pegarte. Será uno de los pocos incentivos de los aburridísimos años que nos esperan: ver cuántos ceros pones a tu dignidad y a qué puertas llamas para buscar un mendrugo de pan. Yo, de momento, no sólo no pienso en cambiar de vida sino que, en términos generales, me encantará ir a peor.

Sí, tengo que cambiar de vida, definitivamente.