Se acerca un nuevo tiempo de política en la calle, una nueva era de manis y performances ciudadanas en las esquinas del país, escenario ideal para que el poder de toda la vida se adhiera a las instituciones y no cambie nada de nada. Ayer mismo en Barcelona se solapaban movilizaciones de pensionistas, unionistas de taberna, concentraciones de apoyo a los presos políticos y quizás incluso en defensa de los derechos de los gatos a morir dignamente en el lecho. Curiosidades de la vida, mientras las aceras hierven, la retaguardia de la mani se empeña en hacer política de toda la vida: ya sabíamos que, en la ANC, de nada servía ganar elecciones como ha hecho Liz Castro setenta y tres veces seguidas, porque quien manda lo decide un secretariado nacional, que es cosa de sonoridad estalinista. Suerte que queríamos votar, hijitos míos: al pobre Baños no lo han dejado presentarse porque dicen que sale en la radio para hacerse campaña, pobre.

Protesta en la calle, solidificación de las estructuras de poder. Primero en Madrid, donde gane PP o Ciudadanos el destino de los presos políticos será el mismo: una sentencia dura contra los que ya están en la prisión y la larga condena al exilio para los que ya están fuera de casa (de momento, la sola insinuación de la palabra indulto suscita risotadas). Aquí en Catalunya, los políticos os pedirán que ejerzáis la gimnasia de pasear el lacito amarillo cuando ocurra: es normal, porque bajo la excusa de ser empáticos con los presos políticos intentarán haceros olvidar que nunca pensaron aplicar el resultado del 1-O. Color amarillo, proclamas, griterío... y el juez Llarena redactando impasible su sentencia: dentro de muy poco tendréis que escoger si empezáis a exigir responsabilidades a los políticos que os habían prometido la independencia o lo seguís escudando todo en llorar la tuberculosis de Forn y los viajes familiares a Estremera.

Mientras las manis se suceden, nuestros líderes se pasan el día pensando en qué candidato a Molt Honorable escogerán cuando ya no les quede ninguna resolución más del Constitucional por acatar

Cuando la política sale a la calle, digan lo que digan, perdemos matices y siempre acaba volviendo el lenguaje del orden y la hipocresía. Mientras la calle hierve, Ramon Tremosa avala el nombramiento de De Guindos como vicepresidente del BCE. Mientras las manis colman la calle, Marta Rovira pide un gobierno autonómico de toda la vida, porque dice que así la Guardia Civil no entrará en Palau para buscar facturas del 1-O. Mientras os obligan a poneros el lacito amarillo, la esquerrovergència se va repartiendo los cargos del nuevo gobierno intervenido, y mientras las manis se suceden, nuestros líderes se pasan el día pensando en qué candidato a Muy Honorable escogerán cuando ya no les quede ninguna resolución más del Constitucional por acatar. Mientras tú salgas a la calle, con toda la buena fe del mundo, el gordo caerá en la cartera de los mismos guionistas que te habían prometido estructuras de estado.

Sé que todo eso ya lo sabes y sé que te duele tanto como a mí. También sé que, leído el artículo, me contestarás que todo eso es muy fácil de decir, pero que servidor te regala pocas respuestas y que me lo miro todo desde el sofá. Y tienes toda la razón del mundo, porque —hoy por hoy— es más necesario que nunca volver al sofá de casa (o tendría que escribir mejor, en el diván del hogar) para dejarse de lacitos, calles y plazas, y cavilar qué podemos hacer para que no nos vuelvan a tomar el pelo de esta forma tan vergonzante. Porque, de momento, todo está cayendo a niveles alarmantes, y, si crees que exagero, piensa que le han dado un Premio Nacional a Eva Piquer. A ver qué dice, el próximo martes, nuestra esperanza de Princeton.