Los aparatos ideológicos del estado español habían diseñado de hace días la detención de miembros de los CDR con una clarísima agenda política. En un primer término, se podría pensar que la intención de acusar a la sociedad civil contestataria de sedición, rebelión, terrorismo y también dos huevos duros tendría la intención de kaleborrokizar cualquier protesta espontánea de la ciudadanía, para así justificar más tranquilamente la represión jurídica. Pero con el Estado del kilómetro cero, aunque nos pese, siempre hay que hilar un poco más fino, pues lo que querría realmente el poder central es inocular a los catalanes la idea según la cual es imposible tramar la secesión sin apelar a la violencia. Para decirlo evitando mi insufrible pedantería, el Estado no sólo pretendería justificar su fuerza coercitiva tildándote de vándalo (eres violento, ergo te arresto), sino haciéndote creer que tus aspiraciones políticas son violentas por definición: eres, ergo te arresto.

El movimiento civil que se inició con la consulta de Arenys y que culminó en el 1-O ha tenido una doble virtud: primero, la de limpiar el independentismo de toda cuanta filosofía sentimental para centrarlo en la idea del referéndum (hacía falta votar, para que la autodeterminación no sólo era legítima, sino perfectamente legal, como nos están demostrando la mayoría de tribunales civilizados y aseados de Europa). Pero las consultas y el posterior referéndum también han tenido la virtud de hacer ver a todo dios que el Estado sólo puede impedir la secesión de Catalunya con el uso de la fuerza policial. Lisa y llanamente, que tú sólo amplías la base y eres políticamente efectivo cuando coges la directa y te ganas toda la fuerza moral necesaria para que los tuyos puedan recibir hostias y la musculatura de las abuelas parezca hecha de acero. El Estado fue incapaz de contrarrestar el arma de las urnas sin la actuación de la policía y fijaos si el referéndum fue vinculante que obligó a Rajoy a hacer algo que no soporta: actuar.

Es urgente que tanto la ANC como Òmnium coordinen estrategias de acciones no violentas que se alejen de la rabieta puntual y tengan una estrategia a corto, medio y largo plazo

Poco a poco, y como ha reconocido Carles Puigdemont, se manifiesta que no haber declarado la independencia el 10-O fue un error, pues si se hubiera hecho, Catalunya habría entrado con voz propia en el juego de intereses internacionales que ahora se vuelve a desvelar con la liberación del president 130 en Alemania. No soy un iluso: la independencia quizás no habría prosperado, pero todo el mundo habría entendido que el movimiento político que la anhelaba iba en serio en sus pretensiones. Con Puigdemont volando libre como una bomba de relojería por Europa, y con la rebelión desestimada por varios países del continente, a España sólo le queda el truco de excitar a la parroquia para crear un estado de bulla en la calle y así sentirse mucho más cómoda. De aquí, insisto, las detenciones de los CDR, pensadas expresamente para crear un clima ochocentista en las calles de Barcelona donde la gente diga puta España y la policía reparta bastonazos con alegría.

La intención, y perdonad que me emperre tanto en esto, no sólo es enviar fotografías rebosantes de calles con neumáticos quemando y señores encapuchados a Merkel y a los jueces alemanes para que se repiensen eso de la rebelión (Zoido nos dio una pista impagable en este sentido: "Yo preguntaría al juez alemán qué es violencia, según su criterio)", sino hacer que el independentismo olvide el 1-O y mute en una especie de movimiento frustrado y pseudo-canalla que viva pendiente de cortar autopistas. En este sentido, es urgente que tanto la ANC como Òmnium coordinen estrategias de acciones no violentas que se alejen de la rabieta puntual y tengan una estrategia a corto, medio y largo plazo (yo de ellos empezaría leyendo los imprescindibles artículos sobre no violencia que Eduard Peris y Xavier Carmaniu han publicado en este mismo digital). Todo lo que acerque la acción independentista al 1-O, como vio el mundo civilizado, es una fuerza ganadora.

Ya de paso, sería oportuno que nuestros excelentísimos diputados invistieran a Puigdemont y regalaran todavía más continuidad a la obra que inició el referéndum. Así, aparte del pequeño detalle de cumplir las promesas electorales, el mundo sabría que, además de cortar carreteras, somos un curioso pueblo que, aparte de ser poco proclive al terrorismo, inviste al president que le da la gana.