Escuchando el discurso yo-sólo-veo-españoles de Albert Rivera, la deformación profesional me obligó a pensar automáticamente en el filósofo Diógenes de Sinope. Contracultural cuando eso de ir a la contra no era una postura más con la que la sociedad del espectáculo mantenía intactas sus estructuras de poder, Diógenes fue uno de los freaks más productivos de la escuela cínica, una corriente obsesionada con la ruptura furibunda de cualquier convención, la debilidad por desacatar las normas sociales y la condena feliz a una pobreza casi indigente con el fin de liberarse de lo más sobrero. Acumulador inacabable de anécdotas, a Diógenes se lo recuerda por una acción que repetía a menudo cuando quería reírse de Platón: el cínico se paseaba entre las multitudes de Atenas con una linterna en la mano buscando irónicamente el ideal de hombre platónico, es decir, el individuo que encarnara la quintaesencialidad humana. Buscando la idea, dicen que decía Diógenes, él sólo chocaba con particularidades; donde Platón veía la esencia de hombre, él sólo encontraba esclavos, cobradores de impuestos, carpinteros, prostitutas, músicos o delatores.

Rivera es el líder más peligroso del mapa político español, y no porque haya convertido Ciudadanos en un partido de derecha radical, más jacobino que la guillotina y etcétera, sino porque la suya es una opción política sin ideología que sólo tiene la unidad de los españoles como horizonte. Alejado de Diógenes, que nos regaló un escepticismo fantástico para no hacer caso a las esencias y así acercarnos a la riqueza de lo más particular, Rivera no ve obreros, ni empresarios, ni policías, ni abuelas agredidas por la pasma, ni fascistas que retiran cruces amarillas de una playa donde no molestan a nadie. ¡No, nada de eso! ¡Rivera sólo ve españoles! La cosa no es nueva y ya la habíamos experimentado con Aznar, uno de los inspiradores del Movimiento (ecs) Ciudadano a través de la fundación FAES. De hecho, y aquí viene la gracia de todo, el patriotismo castellano de Aznar pudo coexistir bastante bien con el final del pujolismo, pues los dos líderes vivían en un tiempo en que podían acumular poder sin pisarse la cola. Aznar quería crear una élite económica que convirtiera Madrit en una turbo-economía desaforada y Pujol todavía podía vender motos patrióticas dentro del autonomismo.

Lucha de símbolos, guerra fría en los despachos y mucho blablablá, pero un deseo inmenso de las élites catalanas y españolas de hacer pactos bajo mano para hacer olvidar la independencia y volver al catalanismo de siempre

La pacífica coexistencia entre hipotéticos enemigos será, a pesar de la lucha simbólica entre Rajoy y la Generalitat, uno de los clásicos del periodo decadentista que estamos a punto de iniciar. Pero hay diferencias importantes: si Aznar y Pujol podían convivir alegremente, tolerándose los respectivos espacios de corrupción y de chantaje (al president 126 ya le iba bien que en Madrid dominara el capitalismo de estado y del ladrillo, para así seguir subsumiendo Catalunya a una subsidiariedad económica que salvaba a la pequeña y mediana empresa, dejando que Barcelona, una cosa de los socialistas, no acabara de despuntar nunca del todo), a Rivera cada vez le será más difícil disimular que la única vía de imponer la unidad de España con un independentismo cívico movilizado es mediante la violencia física. A su vez, a Quim Torra-Puigdemont se le complicará mucho seguir engañando a la abuela afirmando que se puede hacer república y aplicarse el mandato del 1-O mientras acata todas las decisiones judiciales del binomio Rajoy-Llarena. El funambulismo retórico tiene límites, y la ciudadanía no se tragará tan fácilmente los equilibrios verbales de los manguis.

Esta será, ya lo veréis, la marca de los tiempos que se acercan. Lucha de símbolos, guerra fría en los despachos y mucho blablablá, pero un deseo inmenso de las élites catalanas y españolas de hacer pactos bajo mano para hacer olvidar la independencia y volver al catalanismo de siempre. Mientras todo eso se intente urdir, veremos a una sociedad civil cada vez más independiente de los partidos que busca nuevas vías de acción política (véase CDR y atención a las primarias de Barcelona) y que luchará por no tragarse demasiadas motos. ¿Qué tenemos que hacer?, me preguntáis a menudo cuando leéis mis artículos. Pues, ante este panorama, disfrazarnos de Diógenes, coger la linterna y buscar la trampa que se esconde en la frase hecha, en los idealismos y en las grandes palabras embaucadoras. ¿Qué podemos hacer? Pues, básicamente, molestar.