A parte de su indiscutible calidad musical, la canción "Milionària" de nuestra genial Rosalia marcará un hito en el arte catalán de todos los tiempos, y no porque esté escrita en nuestra lengua y pueda llegar a ser cantada por una cantidad oceánica de espectadores, cosa inaudita en toda la historia musical de la tribu, sino porque esta pieza resume a la perfección uno de los pilares éticos más fundamentales que ha guiado desde antaño a nuestra nación: la necesidad imperiosa de tener mucho, mucho dinero. "Només vull veure bitllets de cent", canta nuestra bellísima matrona de Sant Esteve Sesrovires, en un imperativo moral que entronca con lo mejorcito del pensamiento catalán y que uno podría resumir en que la más alta cuota de libertad personal siempre exigirá tener una cartera bien llenita de pasta, es decir, que en la vida no se impone nunca la jugada maestra o la razón moral, sino el poder verde. 

"Que jo sé que he nascut per ser milionària", con idéntica alegría soberbia a Dalí cuando se paseaba por la Quinta Avenida de Manhattan repartiendo jirafas en las tiendas, consciente que con hacer pintura renacentista de primera calidad no es suficiente para alcanzar la fama global. Se lo había enseñado su maestro, Francesc Pujols, quien anticipó la crisis de los grandes imperios y de los estados nación, afirmando que los únicos pueblos supervivientes en el futuro serían aquellos que se hubieran regido por una cierta autarquía económica alejada de la política, como es nuestro caso. Todo ello se traduce en el poder del dispendio, en la necesidad de gastar (y en su reverso, tenerlo todo pagado), que Rosalia ha traducido en forma de "Fucking money man" y demostrando que vivir con el signo del dólar dentro de la mente es un gesto de una profundísima dignidad personal. 

Rosalia nos recuerda oportunamente que, mientras tengamos la desgracia de vivir colonizados por los españoles y administrados por cuatro chorizos, nuestra única escapatoria moral será aumentar la caja personal

La turba de siempre, sin gracia ni talento, se ha dedicado los últimos días a criticar algunos de los deliciosos castellanismos que incluye esta canción, un tema absolutamente banal y secundario si atendemos a la profundísima catalanidad de esta obra de arte única, que es más necesaria que nunca ahora que los políticos de la tribu nos han traicionado vendiéndose el país por cuatro duros y una silla en la Diputación. Rosalia nos recuerda oportunamente que, mientras tengamos la desgracia de vivir colonizados por los españoles y administrados por cuatro chorizos, nuestra única escapatoria moral será aumentar la caja personal y, a partir de ahí, demostrar al mundo como gratifica la libertad y el capricho. Lo dices, querida Rosalia, con una genialidad bestial: "Tinc un xaval contractat / perquè m'obri els regals de nadal / tanco el centre comercial / i em menjo jo sola un gelat".

Comparad esta media reverencia que Pere Aragonès siempre hace ante los directivos de La Caixa o el gesto llorica del pobre Quim Torra antes de emitir cualquier frase, especialmente cuando dice “señor Sánchez”, con esta rara ambición de nuestra Rosalia, que no sueña la revolución de las sonrisas ni aplecs del cargol, sino que le cierren el Louvre para pasear contemplativa por sus salas. Existe la Cataluña muerta, la del Born y la ruina y 1714, la ratafía moral del procés que va a Estrasburgo para ver al mesías y no puede ni robarle una foto, versus la alegría de esta música extraordinaria que recupera lo mejor de nuestro sentimiento nacional victorioso, al grito de querer celebrar su cumpleanys cada día rodeada de guepardos domesticados. ¿Porque quién quiere vivir en la eterna promesa de una republiqueta que nunca llega cuando puede comprarse una isla?

Yo te canto hoy a ti, desafinado y tambaleante, querida Rosalia, porque has teñido de alegría este nuestro espantoso y aburrido presente. Serás millonaria, reina mía, por el simple hecho que tú en la vida no has salido a empatar ni en un partido amistoso. Me la suda lo que pienses de política, porque a mí ya me has demostrado que eres de los nuestros. Yo solo quiero verte, en efecto, bañada en billetes de cien. Así será y así se escribirá.