El antiguo conseller de cultura y territorio Santi Vila dijo exactamente lo mismo que sus compañeros de gobierno en el Tribunal Supremo, a saber, que la oligarquía independentista tramó el 1-O como una simple maniobra para tensar la relación con el Estado para provocar una negociación y que, a su vez, la administración Puigdemont nunca tuvo intención alguna de aplicar el resultado. Estamos, por consiguiente, en el terreno del cinismo y del farol; pero, justamente por ello, resulta crucial ver las diferencias entre el substrato discursivo de Vila y de sus viejos colegas. Porque Santi Vila, a quien vuestro articulista ha disparado más misiles que nadie, no fue nunca un artista del autoengaño y, por tanto, conocía perfectamente a sus amigos de Convergència como para predecir al milímetro sus nulas intenciones de llevar el procés a la rápida culminación que exigía la Llei de Transitorietat.

De hecho, Santi engañó mucho menos a sus colegas del Govern que estos al pueblo de Catalunya. Ello no quita que el antiguo conseller no tenga mucho morro (la mejilla marmórea de todos los que han enarbolado el discurso independentista mientras se guardaban la carta del pacto en la sobaquera), pero su doble moral es mucho más cortesana y excusable que la de los otros miembros del Govern. En este sentido, Vila es una figura ideal para que todos aquellos que todavía van de puros se exalten (y le llamen rata traidora, entre otras reprobaciones creativas), mientras de esa guisa se ahorran imputar la exacta responsabilidad política a sus adláteres. Así como Ponsatí dijo descubrir la farsa tarde y prefirió jugarse la carta de impostar ofensa (a pesar de que muchos ya la habíamos advertido de que utilizarían su prestigio para limpiarse el culo), a Vila siempre le bastará con entonar la canción del jo ja us ho deia.

Igual que Borràs y Mundó, Vila saltó del barco a tiempo como para no acabar mal. Pero, puestos a pactar con España, Santi prefirió no solo salvarse penalmente, sino aprovechar sus contactos en la corte para mantenerse con vida. En este sentido, Vila encarna perfectamente el espíritu de Convergència, y no es de extrañar que hasta hace cuatro días David Bonvehí lo tuviera en mente como un presidenciable modélico en caso de fracasar el procés: de hecho, si radicalizamos el argumento, el antiguo conseller no ha hecho nada más que explotar el lado más perverso de sus colegas. Fracasada la unilateralidad, si lo que importaba era salvarse (a través de indultos o de cualquier otro tipo de clemencia), cuanto antes uno empiece a pactar con las élites madrileñas, pues mucho mejor. Manque os pese, todo lo que habéis dicho de Santi se puede aplicar perfectamente a los otros encausados.

Por consiguiente, uno debe entender que todos los acusados del Supremo comparten un trasfondo común que Vila explicita de una guisa más cruda. Todos, uno por uno, pensaban y creen que la independencia es imposible, y no por toda esta pachanga del 47% ni de la violencia, sino porque —en el fondo, como Santi— todos intuyen que llegar hasta el final les supondría un sacrificio demasiado costoso. Vila explicita como nadie la idea según la cual la independencia le comportaría una vida menos acomodada, pringar “unos días en prisión” o dejar de ingresar la nómina y, por tanto, no poder salir de vez en cuando a tomar el sol con unos cuantos boys por donde Garbet. Mientras sus compañeros han optado por jugar la carta del martirio y de la lagrimita para poder continuar viviendo del autonomismo cuando salgan de la cárcel, Vila piensa que, si uno apuesta por el autonomismo al fin y al cabo, mejor hacerlo zampándose los espléndidos quesitos del Motel en Figueres.

Santi Vila es uno de nuestros grandes cínicos, porque él ha crecido y se ha ganado la vida pensando que nunca podremos salvar la patria. Cuando entiendas que esto lo comparte con todo el banquillo, querido lector, empezaremos a poder liberarnos de la oligarquía. De la nuestra, of course.