Ni resoluciones de la ONU ni mandangas con vinagre. El independentismo autonomista pretende investir a Jordi Sànchez para poner fin al procés, mitigar el efecto Puigdemont después del Bratwurst germánico al juez Llarena, y formar cuanto antes mejor un gobierno que se reparta las migajas de aquello que fue la nación. Jordi Sànchez, a quien Artur Mas (y su alargadísima sombra: o quizás tendría que escribir su altísimo mosquetero) enchufó en la ANC para que Convergència controlara el invento, es y será un líder cívico de absoluta muleta patritocrática, con la independencia como objetivo meramente platónico. Han hecho falta sólo dos semanas escuchando a Elisenda Paluzie para ver como la entidad cívica recupera lentamente su original razón de ser: presionar a los líderes independentistas para que no se escapen de sus propias promesas y vayan al grano.

Poco después del 1-O, Sànchez fue de los primeros a pedir elecciones a Puigdemont y se afanó para que la declaración de independencia no fuera efectiva. El mismo día de la suspensión en que se abjuró de los resultados del referéndum al Parlament (básicamente, no aplicándolos y desoyendo así el mandato del pueblo), Sànchez y la ANC habían engastado a los ciudadanos al paseo de Lluís Companys, para que no expresaran su malestar ante la cámara catalana al conocer la marcha atrás del independentismo. El soberanismo pactista quiere investir a Sànchez para parar la independencia y resituar el post-procés, según el idiolecto del presidente Torrent, en una mera lucha contra el autoritarismo de Rajoy. La cosa es lógica: focalizándose en Sànchez, los líderes de la cosa nuestra pretenden que el pueblo pase el día pensando en Estremera para olvidarse de la independencia. Siempre es lo mismo: mientras llores, no actuarás.

Si el Parlament invistiera al 130, reforzaría la idea de que Catalunya, más allá de la cosa esta de salir en los diarios del mundo, quiere y puede ser un actor internacional

Con una capacidad de riesgo (y una suerte) notable, Puigdemont podrá ir viajando por Europa y tocando los cascabeles a todo cuando sistema judicial sea necesario para humillar todavía más la politizada justicia española. El tiempo dirá si el 130 viajó a Alemania consciente de que lo podrían coger y medio entregándose, pero a día que pase y a cada nuevo viaje por el continente, Puigdemont es como una carga de dinamita que puede explotar a discreción en cualquier rincón de la Unión Europea y lavarle la cara al juez Llarena. Así, mediante esta estrategia básica de no violencia, es como se ayuda a los presos, y no organizándoles manis ni llevando el lacito amarillo. Si el Parlament invistiera al 130, reforzaría la idea de que Catalunya, más allá de la cosa esta de salir en los diarios del mundo, quiere y puede ser un actor internacional con quien tarde o temprano se tenga que negociar. Eso sólo lo puede hacer Puigdemont.

Como pasa siempre desde hace años y a cada pequeña herida que el independentismo inflige al Estado, ahora hay que pensar en si la cosa va de hacer cortes de manga a Llarena o poner en un compromiso real al poder español. Os lo contaré con otro ejemplo que entenderá todo el mundo: pocos días antes del referéndum, Sànchez declaraba que, visto el presumible cerco policial español, con un millón de votos emitidos los resultados del 1-O serían un auténtico éxito. Fuisteis vosotros mismos quienes enmendasteis esta clásica cosa del cuanto menos mejor. Espero que ahora, en el enésimo caso en que os vuelven a intentar tomar el pelo los de siempre, actuéis con la misma determinación. Afortunadamente, a día que pasa, los engaños se hacen más visibles y el arte de la mandanga sale a flote con mucha más facilidad. O se inviste a Puigdemont o nos esperan años donde mandarán los de siempre. Queda dicho.