Hará unos cuatro años, catorce valientes y servidor tuvimos el honor de presentarnos a las elecciones del Ateneu Barcelonès con la candidatura Ordre i Aventura. Mis consocios prefirieron votar continuismo y proclamaron ganadora la lista del actual presidente Jordi Casasses, a quien ya desde la misma noche electoral ofrecí el programa y la fuerza de todo mi equipo pensando únicamente en ayudar al buen gobierno y mejor futuro para la casa. Cabe decir que el presidente no ha llamado a nuestra puerta ni a la de los socios que representamos durante los últimos años, estoy seguro que por falta de tiempo y, sin embargo, ni yo ni los míos hemos querido hacer oposición al equipo directivo, porque considerábamos que merecía cierto margen para trabajar en un presente complejo y porque nuestras propuestas económicas y culturales eran demasiado diferentes para ir a remolque de ellos y limitarnos a tapar agujeros.

Pero ahora toca hablar, porque el silencio me haría cómplice de esconder una situación demasiado grave. En la pasada campaña repetí muchas veces que el Ateneu necesitaba una renovación cultural y una adaptación profundísima a los cambios tecnológicos del presente si no quería acabar siendo una entidad irrelevante y que, a su vez, su masa social se tenía que rejuvenecer de forma radical si no quería caer en peligro de extinción. En aquel periodo electoral tan apasionante se me acusó de alarmista, de soberbio e incluso... ¡de trumpista!, pero si alguna cosa me duele todavía hoy es no haber insistido todavía más en los peligros de confiar el Ateneu a un grupo de personas que —con total legitimidad y la más noble intención, no lo niego— se han demostrado incapaces de gobernar la casa, dejándola en una situación culturalmente mortecina, con una economía empobrecida y una masa social del todo desvalida.

Después de la crisis de la Covid-19, que la junta afrontó con una actitud y parsimonia ochocentistas, el Ateneu ha perdido casi una cuarta parte de su número de socios, ya no cuenta con el cojín de estudiantes de su magnífica Escola d’Escriptura, y se puede comprobar fácilmente como la casa no puede hacer frente con garantías a los nuevos tiempos porque no ha anticipado las mínimas transformaciones tecnológicas que hacían falta para afrontar una pandemia como la actual. Hace cuatro años se programaba con criterios caducos, propios de los años noventa, desoyendo a la mayoría de problemáticas y cuestiones primordiales que nos exige cavilar el presente. Ahora la casa ya casi ha cesado de crear contenidos, ni que sea a nivel digital, el personal vive desmotivado después de un ERTE que se ha gestionado con los pies, y nuestra masa social se ha acabado contagiando de este ambiente de terrible siesta perpetua.

Hace cuatro años había que renovarlo radicalmente, y ahora se puede comprobar que exigirlo no tenía nada de alarmista, pero ahora es el momento de asegurar su subsistencia

Ahora ya podemos afirmar que esta ha sido una de las peores juntas de gobierno que ha tenido el Ateneu en su historia y que su único mérito ha consistido en dejar el listón de la ambición del ente a un nivel de decadencia difícilmente superable. De hecho, lo único que puedo agradecer al actual equipo directivo es algunas de las mentiras que prometió en campaña electoral, como la famosa ampliación del edificio de la calle Canuda, una operación que ya describimos como suicidio presupuestario y que, afortunadamente, nunca ha llegado a realizarse. Ahora sólo le pediría al equipo de Jordi Casasses que, también por consideración a sus votantes, cumpla la promesa electoral de asegurar el voto electrónico a todos los socios en las próximas elecciones de marzo. En la actual situación pandémica, el voto electrónico es más necesario que nunca.

Pido, pues, a la actual junta que no deje a ningún consocio sin voz y que haga todo lo posible para que la participación en las próximas elecciones sea lo más multitudinaria posible. Y a mis consocios les suplico que sigan apoyando a la casa y que luchen por devolverle el brillo del pasado, porque el Ateneu todavía puede sobreponerse a esta época de nefasta gestión. Hace cuatro años había que renovarlo radicalmente, y ahora se puede comprobar que exigirlo no tenía nada de alarmista, pero ahora es el momento de asegurar su subsistencia. Si se continúa con los actuales criterios de mando, creedme, no creo que nadie pueda asegurar su futuro. Los compañeros de Ordre i Aventura nos ofrecimos y lo hacemos de nuevo para ayudar en lo que haga falta y para salvar el Ateneu, y si es necesario que nuestra fuerza se supere por alguien con más ambición y mejor programa, pues muy bienvenida sea esta fuerza mayor.

Hace cuatro años nos impusimos el deber y la ilusión de explicar al país y a los consocios que el Ateneu podía ser una entidad cultural con mirada propia, puntera y ambiciosa, y la misma estima por la entidad ahora me manda deciros que, si nos ponemos a trabajar con muchas ganas y esfuerzo, todavía podemos reflotarla de su abismo. Antes era sólo una posibilidad ilusionante. Ahora es un imperativo de subsistencia.