Resulta fácil comprobar que la lengua catalana se convertirá en el principal bote salvavidas de las élites políticas autonomistas. Para ir tirando y fingir que trabaja, la clase dirigente se ha parapetado en esto de salvar el catalán y, como pasa siempre con las imposturas, ha hurgado en el fondo de las gilipolleces para buscar una nueva palabra cursi que disimule el cinismo y pinte bien; los cutres hablan de "blindar" el catalán ―como si la lengua fuera el vehículo de transporte penitenciario de un narcotraficante o la resurrección del mono albino―, y podemos dar gracias al altísimo que no nos hayan colado una cosa más bestia, como acorazar a Pompeu Fabra o incluso bunquerizar a Mossèn Cinto, porque los expertos de naming procesistas, aparte de conocer más bien poco nuestra lengua y de tener mucho pero que mucho morro, son los principales responsables de su lenta pero firme decadencia.

Anteayer, Gabriel Rufián hacía lo único que sabe hacer (y muy y muy bien; a saber, tuitear, en español) y proclamaba a todo trapo haber conseguido el blindaje de la lengua como previa para que Esquerra ayudara a tramitar los presupuestos a Pedro Sánchez. A mí, Gabriel siempre me ha caído muy bien, porque tiene eso tan español de venderte la moto mientras no disimula que te está quitando la cartera. Aguantad las ganas de reír, pues resulta que este blindaje casi militar del catalán de la futura ley se ha fundamentado en frases graníticas como que el PSOE "potenciará y fomentará la producción audiovisual, protegiendo las lenguas cooficiales y contribuyendo a su difusión" o, mi predilecta, que "RTVE, en coproducción con TV3, sea motor de producción audiovisual y se reserven fondos para que así sea". Gabriel, gracias de todo corazón; en casa nos hemos partido el culo.

Con sus continuas renuncias y su metafísica de ir tirando, los líderes procesistas son los responsables directos del declive del catalán. El inglés, el español o el chino son idiomas que hay que conocer pues responden a dinámicas de poder y de intereses concretísimos

No hay que insistir en el hecho objetivo de que Pedro Sánchez tiene toda la manga ancha para mearse en todas y cada una de las palabras que tiene este acuerdo con Esquerra, sea en el tema de la lengua o en el de la financiación. Eso ya se sabe y duele repetirlo, porque ya tenemos una edad. Pero que el supuesto "blindaje" del catalán venga del simple reconocimiento cooficial que ya expresa la Constitución de los enemigos y que se pretenda salvar la pervivencia de la lengua fomentando coproducciones... en Radio Televisión Española (es decir, impulsando productos que están en español en la mayoría absolutísima de los casos, castellanizando todavía más el marco mental de TV3... y ¡por si fuera poco, pagando nosotros!), esto tengo que reconocerles a los genios de Esquerra que es una fucking obra maestra. De verdad que pagaría por ver las carcajadas de los negociadores del PSOE mientras escribían las frases finales del acuerdo.

Aparte de la ironía intrínseca en el hecho de que Rufián nos blinde la lengua en español, que ya es un abracadabra de aquellos que hacen época, que la partitocracia indepe se ponga en la boca el catalán resulta de un cinismo catedralicio. El hecho de que la mayoría de informes sobre nuestra lengua urdidos por la administración catalana (la mayoría de los cuales están cocinados con un optimismo que da miedo, dicho sea de paso) tengan casi un lustro de antigüedad o más ya lo dice todo. Que la misma administración que no ha hecho nada para prestigiar los estudios de magisterio o de filología en nuestra lengua, que ha contemplado como nuestro sector editorial y audiovisual hace aguas desde hace años, o que TV3 cada vez adapte sus contenidos al marco mental de la actualidad y los formatos audiovisuales españoles, que todos los políticos que son responsables de esta negligencia ahora hablen de blindaje es de traca.

Pero esto no es todo. Hay que insistir de nuevo en que la salud de la lengua es consustancial a la ambición política de una comunidad. Las lenguas son un mercado porque forman parte de una competencia, y sólo pueden llegar a incidir si se vuelven necesarias para trabajar, vivir y hacer negocio. Con sus continuas renuncias y su metafísica de ir tirando, los líderes procesistas son los responsables directos del declive del catalán. El inglés, el español o el chino son idiomas que hay que conocer, pues responden a dinámicas de poder y de intereses concretísimos. Hoy, gracias a la brigada del tal día hará un año, el catalán ya no es un idioma de uso en la capital del país, y la castellanización de los jóvenes avanza imparable incluso en las zonas más fortificadas del territorio. Responder a esta agonía con un acuerdo donde se habla de "fomentar" y "proteger", en una ley que ni tiene articulado, resume muy bien dónde estamos.

Toda agonía trágica tiene su momento cómico y, por si todo esto fuera poco, ahora va y tenemos que aguantar a Gabriel Rufián diciéndonos que nos blindará el catalán. Diciéndolo en español, faltaría más.