Una de las escenas más célebres de A night at the opera de los hermanos Marx es aquella en que vemos al empresario Ottis B. Driftwood y el mánager Fiorello negociando el contrato del tenor Ricardo Barone para la ópera de Nueva York, un acuerdo que empieza con la conocida formalidad “the party of the first part shall be known in this contract as the party of the first part". Como recordaréis, mientras Groucho recita las cláusulas del pacto a toda pastilla, Chico va desestimándolas a la ligera y los dos personajes acaban recortando el folio del convenio hasta que sólo queda el espacio para la firma, un requerimiento que el representante no puede cumplir porque no sabe escribir. Sin embargo, los dos pelagatos llegan a un acuerdo para que el joven cante en la ópera y la escena sirve a los geniales creadores para explicar que, más allá de pedanterías y requerimientos, los contratos son básicamente un asunto de confianza.

Mirando atrás, verás fácilmente como la política catalana de los últimos años es el espejo de esta pantomima de escena, una carrera burocrática en que las cláusulas del contrato van cayendo, con la diferencia de que al final aquí nadie ha tenido el coraje para hacerse responsable de haber firmado un pacto incumplido con la ciudadanía. Ahora da un poco de cosa hablar del pasado, pero si hacéis memoria, manifestaréis que el país ha gastado mucho más tiempo imaginando cómo sería el futuro estado que no asumiendo el coraje que se requería para hacerlo: teníamos aquello del Consejo Asesor para la Transición Nacional, que hacía unos informes muyapañaditos sobre la post-autonomía y tal y cual, desiderata que se trasladó al invento de la Transitoriedad (ecs) Jurídica y que ha acabado en nada. Los trocitos de folio iban cayendo y al final toda la burocracia indepe iba directamente a la basura.

Sea la presidencia 131 larga o puramente de paso, nos espera un tiempo en que los políticos del país tendrán que adaptar su realidad autonomista a un electorado al cual han hecho soñar durante años con una independencia feliz y sin muchos costes, de la ley a la ley. Cuando más dura se haga esta bicefalia, y a medida que el simbolismo de los exiliados decaiga por la habitual parsimonia ejecutiva del Govern, se verá que la generación de políticos que conforman el actual Parlament acabará devorada por su propio doble lenguaje. Estos días, cuando hablo con diputados de Junts per Catalunya y de Esquerra tengo la sensación de estar intercambiando palabras con aquellos políticos de Unió que se encuentran a punto de jubilarse en la casita de Calella. De imaginar la luz de un país mejor, nuestros diputados se van a casa rezando para que sus aparatos no los hagan consellers, y así evitarse problemas con la familia.

Sea la presidencia 131 larga o puramente de paso, nos espera un tiempo en que los políticos del país tendrán que adaptar su realidad autonomista a un electorado al cual han hecho soñar durante años con una independencia feliz y sin muchos costes

Y a nosotros, que habíamos soñado en la tarea difícil de edificar un nuevo país, ¿qué nos queda? Hoy por hoy, sólo reprobar. Lo leo en El sobrino de Wittgenstein, que acaba de editar mi amigo Enric Rebordosa en una preciosa versión de Raül Garrigasait: "Fuera lo que fuera lo que se nos presentara delante, lo reprobábamos. Nos sentábamos durante horas en la terraza del Sacher y reprobábamos. Nos sentábamos delante de una taza de café y reprobábamos el mundo entero y lo reprobábamos de cuajo. Durante horas nos sentábamos en la terraza del Sacher y observábamos a la gente que pasaba arriba y abajo. Veíamos todo lo que queríamos ver mientras que a nosotros no nos veía nadie". Será más o menos eso, ya ves. Sentados en la acera de casa, como los señores mayores que miran si Rodalies va a la hora, sólo nos quedará la tarea de ir viendo como cae la hojarasca del mundo antiguo. Espero que los más jóvenes se caguen en nosotros y ensayen la nueva revuelta.

Hace días, Graupera puso un poco de luz a todo, pero ya habéis visto que, de momento, la peña se hace el sordo, porque hay quien tiene mucho más interés en perder y seguir cobrando la paguita que no liderar un proyecto ganador, porque hay quien quiere vivir mejor contra Colau con la bolsa llena y en la oposición que ponerse a trabajar. Y ante ello, que es incuestionable, ¿qué nos queda, amigos míos? Pues eso, reprobar, reprobar y reprobar. Sentados delante del mundo, reprobando. Nos han condenado a eso, queridos hermanos, a reprobar.