Si ponemos entre paréntesis la inaceptable situación de los políticos electos encarcelados arbitrariamente y el exilio de parte del gobierno legítimo de la Generalitat, el independentismo ha contribuido a los comicios que se inventó Rajoy con un programa de objetivos que no depende ni de sus líderes ni de la ilusión de los respectivos electores: la restitución del gobierno legítimo del país (con el Molt Honorable 130è al frente) y la derogación temporal del artículo 155. Las dos líneas de batalla defendidas tanto en Junts per Catalunya como en Esquerra dependen exclusivamente de la voluntad del gobierno español y de unas élites madrileñas que dejarán de intervenir la Generalitat —una institución que, dicho sea de paso, es en sí misma una intervención para castrar la libertad de los catalanes— solo cuando hayan conseguido que la mayor parte de los políticos indepes renuncien a continuar con el discurso unilateral y a osar intentar aplicar de nuevo la autodeterminación votada el 1-O.

Esta ha sido solo una de las paradojas de una campaña en que los partidos que no defendieron la república con el resultado del referéndum todavía candente y con dos millones y pico de personas movilizadas en la calle prometen aplicarla ahora, si es que tienen mayoría. No es la única, porque —como sabe todo el mundo— intentar desvanecerse del yugo del 155 mientras sostienes que desplegarás algo parecido a la Ley de Transitoriedad choca de frente con cualquier realismo político. El soberanismo ha confiado en que todas estas medias verdades no le pasen factura y, a su vez, que la sola presencia en campaña de los políticos que han pasado por la trena (y de los que todavía están de una forma vergonzante) movilice a bastante gente para alcanzar una mayoría cómoda. En este sentido, quien busque en los programas del 21-D algo como una hoja de ruta buscará en vano y gastará energías en vano.

Ni el retorno de Puigdemont ni la derogación del 155 dependen de lo que pase el 21-D. Hasta que el soberanismo no vuelva a aceptar la vía unilateral, seguiremos viviendo en este estado de indecisión permanente, donde España siempre gana

Creo que vale la pena ganar esta campaña para seguir manifestando la musculatura que gasta el independentismo, pero también haría falta que aprovechemos esta mandanga de la jornada de reflexión para cavilar un poco cuál es el futuro político que nos espera después de votar mañana. Actualmente, a la intervención de la Generalitat se suma la situación sub judice de parte de nuestros parlamentarios y la más que posible probabilidad de acabar invistiendo a un presidente o presidenta que no encabezaba su lista electoral: a la vaguedad de programas electorales y hojas de ruta, por lo tanto, se sumará la indisposición de un líder visible del independentismo que genere bastante confianza para enderezar la somnolencia hacia un futuro claro. De hecho, sume mayoría o no, al independentismo le tocará explicar muy pronto a los electores si tiene algún plan más allá de continuar la pelea autonomista con que Rajoy parece haberlo atenazado.

Me sabe mal decepcionar a los entusiastas, pero ni el retorno de Puigdemont ni la derogación del 155 dependen de lo que pase el 21-D. Hasta que el soberanismo no vuelva a aceptar la vía unilateral y esgrima una estrategia para defender la república de la justicia, seguiremos viviendo en este estado de indecisión permanente, donde España siempre gana. Reflexionad, que eso del autonomismo tiene pinta de ir para largo.