Hace pocos días, entrando en el Ateneu de Barcelona y cuando su candidatura a presidenciable era una mera hipótesis, me topé con mi amigo Quim, el editor y diputado Quim Torra, que paseaba cabizbajo por la calle de la Canuda. De Quim siempre me ha gustado cómo encaja deportivamente mi pesada causticidad. "¡Fíjate si el país está jodido, le dije, que a lo mejor te hacen president! ¡Al fin y al cabo no es tan mala idea, porque los editores sabéis robar como nadie!" Quim sonreía con aquella bondad de quien no se sabe si está a punto de reventar de gozo o de sucumbir al llanto, que es la misma cara que pone siempre cuando habla de política. Mientras charlábamos, Torra me confesó que era de los pocos diputados de Junts per Catalunya que todavía defendía la investidura de Carles Puigdemont, a quien la mayoría de los suyos ya quería amortizar como un ladrillo de muro berlinés. De hecho, tal como estaban las cosas, coincidimos en que lo mejor sería ir a elecciones para insistir en la vía de la legitimación del 21-D.

Mientras ayer veía y escuchaba el discurso presidenciable de Quim, me admiraba de cuán eficaz es la máquina de chantaje autonomista a la hora de transmutar las convicciones hacia lo chabacano y la bullshit. La cosa había empezado con el famoso asunto de los tuits, que Torra borró horas antes de la sesión de investidura, unos comentarios inofensivos que cualquier político con el mínimo arrojo habría defendido a muerte. Si no luchas por tus palabras, por radicales que sean, ¿qué es lo que te queda? ¿De verdad, querido amigo, hay que pedir disculpas por referirte a los españoles de la forma que ellos mismos reivindican? Después del 1-O, cuando quedó claro que el único procedimiento por el que el Estado puede imponer su uniformismo es la violencia contra los catalanes, ¿hay que andar pidiendo disculpas por acusar al enemigo de falta de vergüenza? Pedir excusas, el destino de la nación...

Torra podría haberse negado a asumir la presidencia y tratar de convencer a Puigdemont de que siguiera presionando el corruptible sistema de partidos del independentismo autonomista

Torra podría haberse negado a asumir la presidencia y tratar de convencer a Puigdemont de que siguiera presionando el corruptible sistema de partidos del independentismo autonomista. ¡Esta era la gracia de tener independientes en Junts per Catalunya! Contrariamente, Quim ha decidido hacer caso a la vieja Convergència, de la que tanto había renegado cuando estaba en Reagrupament, y se traga un Govern en que en ERC ya no se habla ni de restituir y en que a Marta Rovira solo se la nombra para hacer amarillismo con el lacito. Si la investidura continúa, veréis cómo los discursos políticos se van pudriendo y como el Molt Honorable 131 tendrá que defender la República con la misma retórica hortera con que Jordi Pujol enaltecía el poder inexistente de la Generalitat. Si quitamos las citas literarias del discurso de Quim (se agradece la referencia a Fuster y la publicidad para el grandísimo Lluís Calvo), la cosa no pasa de un refrito en el que se destina el Parlament a la subsidiariedad.

Los discursos se pudrirán, os decía. Hace pocos días, Toni Castellà y los compañeros de Demòcrates se vanagloriaban de poder presionar a ERC con nuevas elecciones si no respetaba la investidura de Puigdemont. Ayer mismo, Toni citaba a Carrasco i Formiguera para justificar una decisión, la de aceptar que el Parlament no puede investir al candidato escogido por los ciudadanos, que habría hecho estremecer al ilustre fundador de Unió Democràtica de Catalunya. Si una formación política de reciente creación como Demòcrates no ha podido escapar al chantaje, imaginaos los partidos a los que pesan tantos años de inercia autonomista. A mí, personalmente, me resulta muy difícil casar el discurso de ayer de Quim con la trayectoria de un editor que ha publicado libros de Enric Vila, de Abel Cutillas y de la mayor parte de los periodistas catalanes de principios del siglo XX. Me cuesta, en definitiva, ver cómo el candidato Torra puede renunciar a la letra que nos ha hecho leer con tanta convicción.

Pero no te preocupes, Quim, nos seguiremos riendo. O seguiremos llorando, según de qué lado lo miremos.