Aparte de hacer relucir (todavía más) la excepcionalidad jurídica española a ojos de Europa, la visita de Puigdemont a Dinamarca perfila lentamente la futura tarea del Molt Honorable en el exilio. Consciente, como la mayoría de diputados independentistas, que no podrá ser investido a distancia —o que, si el Parlament osa tramitar su candidatura, esta será declarada inconstitucional— Puigdemont va perfilándose él mismo como un ciudadano de Europa que explica libremente el problema catalán a quien quiera escucharlo. El movimiento es múltiple: en primer lugar, el 130 querría mostrar al viejo continente que hay un espacio de discurso político prohibido en Iberia, diciendo a belgas y daneses algo parecido a esto: puedo hablar de tú a tú con vosotros, discrepancias aparte, pero mi discurso es ilegal en España.

Como os decía hace días, subsumir la política a la libertad de normalizar los discursos que el poder español quiere castrar me parece no sólo una buena estrategia sino un movimiento necesario. El president hace bien en olvidar el discurso nacional (en la Europa de los estados, eso nuestro siempre acabará sonando a folclore) con el fin de insistir en que él es el interlocutor con quien tendría que hablar Rajoy, pues así lo han querido los ciudadanos adultos y responsables de Catalunya. Que la simple hipótesis del retorno presidencial provoque que Zoido tenga que hablar como un cazador de recompensas que revuelve maleteros en las fronteras demuestra que la estrategia funciona. Por otra parte, Puigdemont es la herida wagneriana que el catalanismo necesita para no olvidar que España sólo puede ganar el independentismo a base de represión y de violencia. En Dinamarca me escuchan, piensa el 130: en España me quieren cazar.

Si la intención de todo es internacionalizar el conflicto, Puigdemont lo hará mucho mejor desde la cámara europea que en una cárcel española

Si la República, más allá de una realidad, quiere convertirse en un ideal por el cual valga la pena luchar políticamente, Puigdemont irá perfilándose lentamente como su primer ministro de Exteriores. Con independencia de quién se invista president o presidenta dentro de unas semanas, e incluso en una hipótesis de repetición electoral con el actual president de candidato de una lista unitaria, creo que la próxima administración haría bien dando rango de conseller al president y fomentando que se presente como eurodiputado al Parlamento de Bruselas. Si la intención de todo es internacionalizar el conflicto, Puigdemont lo hará mucho mejor desde la cámara europea que en una cárcel española. Al president 130 no lo necesitamos para recuperar las instituciones (de hecho, él mismo las abandonó para exiliarse), sino para recordarnos a todos que España quiere encarcelar la libre opinión.

Os escribo todo eso porque últimamente hago caso a la petición popular de ser un poco más constructivo (ecs) en mis textos, que es la forma con que los procesistas se refieren al maravilloso arte de vender motos. Dicho esto, sigo pensando que todo este proceso ya se podría haber hecho después del 1-O, y que la protección del cargo y de la institución que ahora pide el Molt Honorable con tanta efusividad, lo hubieran podido hacer centenares de miles de ciudadanos cuando tocaba, rodeando las instituciones y defendiendo la República apenas proclamada. Como no se hicieron los deberes, por desgracia, ahora tenemos que investir a un ministro de Exteriores que vaya haciendo charlas por el mundo. A no ser, evidentemente, que Carles apueste por romperlo aunque vuelva...