Los gobiernos utilizan la propaganda con toda la impunidad del mundo por un motivo de sencilla practicidad: generalmente, les funciona. Fijaos en el caso de Pedro Sánchez y su nuevo gobierno que, sin ni una sola ley o un simple decreto aprobado, se ha ganado el fervor popular de encuestas y la aprobación de media Europa con la sonora y demagógica acogida de un barco lleno de desdichados que vagan por el Mediterráneo. Hoy mismo, no tengáis ningúna duda, la pasarela solidaria de València, con Carmen Calvo haciendo de maestra de ceremonias, conformará todo un cabaré de pornografía sentimental, azúcar y demagogia de difícil ingestión.

Pero no toda la propaganda es necesariamente estulta y sería de bobos no admitir que los ganapanes de la sala de máquinas de ZP-Sánchez han tenido una buena ocurrencia. A diferencia de Rajoy, que entregó el relato de bondad sentimental al independentismo, Sánchez pretende utilizar casos como el del Aquarius para recordar al mundo que España no es aquel Estado que celebraba el envío de policías a cascar abuelas el día 1-0 (¡A por ellos, oéééé!), sino que su administración conjuga una paleta de emociones lo bastante nutrida como para andar por el mundo con la cara limpia. La jugada no es casual: acogiendo a los migrantes de Europa, el presidente vuelve a ganarse la bondad moral que España había perdido a lo largo del proceso indepe. A partir de ahora, cuando alguien acuse a los españoles de no respetar los derechos humanos, los asesores de Sánchez se apresurarán a buscar las fotos de los recién llegados a València, instantáneas de madres llorosas que agradecen y besan las faldas de las enfermeras que alimentan a sus bebés y recuadros de hombres destruidos por la guerra y otras calamidades que finalmente pueden probar una paella como Dios manda. ¡Es la foto, estúpido! ¿Querías sentimentalismo, Catalunya? ¡Pues toma y di patataaa!

"El cínico se cree inteligente, pero es idiota porque no disfruta", decía hace poco el colega Javier Gomà en La contra de La Vanguardia. La frase tiene apariencia de brillantez, pero resulta notoriamente analfabeta, pues precisamente, si se toma como medida el disfrute, no hay ninguna diferencia entre que se perpetre una acción moralmente buena o mala. Los propagandistas, que siempre son un poco cínicos, disfrutan como pepitos con el cumplimiento de sus objetivos: y por eso se dedican a la política y no a trabajar de simples oficinistas o a vender seguros.

De hecho, con la propaganda del Aquarius, los secuaces de Sánchez ya han conseguido que el grueso del independentismo se contente protestando para que se lleve a los presos a talegos catalanes. Por mucho que Sánchez y Torra se peleen en público y por mucho que el president repita que los presos nunca serán moneda de cambio de nada, el sotobosque del independentismo ya suspira por un pacto de indulto a partir del que se pueda volver a la normalidad autonómica de toda la vida, un acuerdo que legitime a los dos gobiernos en una pax romana y a partir del que todo el mundo pueda rearmarse para seguir disfrutando del poder institucional. Todo eso parece ciencia ficción, pero comprobaremos muy pronto cómo los presos (e incluso sus consortes) preparan un retorno a la política aprovechando su salida de la prisión, con lo que España no solo se lavará la cara de la represión del 1-O, sino que conseguirá tener a los políticos que marquen los nuevos tiempos en Catalunya sujetos bajo la amenaza de devolverlos a la trena cuando se porten mal. La propaganda, insisto, funciona. Y, si tienes un Estado detrás, ya ni te explico.