Las estimables páginas amarillas de El Nacional recordaban ayer mismo el estado bélico en el que viven las dos principales cabeceras de la prensa impresa en catalán a raíz de un artículo del director de El Punt Avui, Joan Vall Clara, en que acusaba al subdirector y delegado del Ara en Madrid, David Miró, de mentir sobre las cifras de venta y el impacto del diario sufragado por el clan Rodés. En efecto, Miró se vanaglorió de no competir con el folletín de Hermes, sino de jugar en la liga de los mayores, codo con codo con La Vanguardia, cuando la realidad manifiesta que, desde su creación en 2010, el Ara siempre ha tenido menos lectores que la hoja parroquial gerundense (el año pasado, según los chicos del portal Comunicació 21, La Vanguardia lideraba con 63.610 lectores, El Periódico tenía 29.178, El Punt Avui 15.199 y el Ara, finalmente, 12.598). Los fundadores del Ara, by the way, habían dicho que llegarían a vender 100.000.

A mí, como os podéis imaginar, me da absolutamente igual quién lleva la razón en esta batalla de cifras. Tuve la suerte de empezar a escribir en el Avui cuando Vicent Sanchis tuvo el genio y la fuerza de parir un diario politizado pero rebosante de plumas libres, con Salvador Sostres rompiendo el hielo de nuestros miedos y Enric Vila explicándonos que la libertad no necesita mártires ni lloricas, mucho antes de que el independentismo traficara con la ilusa buena fe de los catalanes (también estaba David Castillo, alma de un suplemento de cultura con voluntad de tratar la letra del país como si fuera del primer mundo). Todo eso se acabó con la absorción de El Punt, no porque el diario lo dirigieran gerundenses, que los hay de muy espabilados, sino porque de la provincia llegaron los más memos y censores.

Ver discutir a los responsables de los diarios catalanes por quién la tiene más corta es la mejor metáfora de un país en el que la gente se mata por cuatro migajas

Dicho esto, tampoco hay que ser muy avispado para decir que un periodista del Ara miente, ya que el mismo producto es fruto de la falsía, empezando por su grupo de periodistas-accionistas fundacionales, todos ellos engordados desde TV3 y Catalunya Ràdio. El Ara es fraudulento, pues, como todos los diarios catalanes, se hizo desde el poder y para el poder; y la muestra más fidedigna de esto es que nunca leeréis ni una pizca de información que comprometa a la clase política del país. Eso también explica la desgracia infinita que dos productos subvencionados con creces como El Punt Avui y el Ara no lleguen ni a los 30.000 ejemplares vendidos, una cifra irrisoria, absolutamente fuera de lugar por el nulo impacto que tienen en la opinión de la gente (y yo que me alegro). Ver discutir a los responsables de los diarios catalanes por quién la tiene más corta es la mejor metáfora de un país en el que la gente se mata por cuatro migajas.

Los diarios catalanes son tan mentirosos que el antiguo director de El Punt Avui, Xevi Xirgo, ha acabado de presidente del Consell de l’Audiovisual de Catalunya porque así lo ha determinado el president 130, perpetrando un modo de actuar cuando menos peculiar en cualquier país del mundo. Y del Ara sólo podemos decir que el chiringuito aguantará hasta que el amo Rodés crea que dejar de perder millones de euros cada año es algo más importante que tener un diario en propiedad bajo el brazo. Del Ara, queridos lectores, sólo vale la pena recordar la cara que hacía Antoni Bassas la noche electoral en que Joan Laporta volvió a liderar el Barça (recuperad el vídeo de la victoria; qué pose hace Antoni cuando vuelve Jan, pobrecito hijo mío). Es que David Miró dice que tal y cual. ¿David Miró? ¿Pero quién es David Miró? ¿Hasta qué punto de mediocridad estamos para que tenga que escribir las palabras David y Miró?

Si los diarios catalanes quieren airarse, que miren primero dentro de casa y que se pregunten cómo, a pesar de todo el dinero público que hemos invertido, sus lectores todavía son infinitamente inferiores a dos panfletos insufribles como El Periódico y La Vanguardia. Si quieren hacer crítica, en definitiva, que se pregunten cómo puede ser que dos cabeceras tan mal escritas e insustanciales todavía les pasen la mano por la cara. Y si quieren recuperar el temple, que busquen la libertad y se alejen de la censura. Hasta entonces, que paren de llorar, que aparte de costarnos pasta nos hacen perder el tiempo y la prosa en asuntos irrisorios.