La mayoría de columnistas de la tribu se han sorprendido del hecho de que Pedro Sánchez haya prescindido de Iván Redondo y de José Luis Ábalos en esta ultra-renovación del Gobierno que ha querido simbolizar la victoria contra el independentismo con la gracia de los indultos y la configuración de un ejecutivo pensado en el reparto de pasta que le vendrá de Europa al presidente. Mis colegas opinadores se sorprenden del hecho de que Sánchez haya cortado la cabeza a dos de sus amigos personales, dos bípedos que, en otra vida no muy lejana, lo acompañaron a alquilar un automóvil equipado con un megáfono que recorrió toda España para derrotar todo el aparato del PSOE en las primarias en que el actual capataz empezó a jubilar Susana Díaz y lideró un movimiento que ha tenido el mérito innegable (ni Zapatero lo consiguió) de cerrar la boquita de todos los barones territoriales de su partido.

Cuando los colegas se sorprenden de la actitud de Sánchez, sonrío y les recuerdo amablemente, y gratis, dos normas básicas del parvulario de la política: la primera es que en el universo de la vida púbica no hay amigos y, segunda, que el único mandamiento que se tiene que imponer un político es el de sobrevivir. En Catalunya llevamos demasiados años de junquerismo-es-amor, de hacer ver que la política es un asunto relativo a las emociones (aunque en realidad no se soporten, la mayoría de los ex-presos todavía hoy juegan a hacer la pantomima de comportarse como si fueran a una familia bien avenida) y de urdir travesías y encuentros por todo el territorio, que si démonos las manos, que si juntemos nuestras voces y dale a reclamar mesas de diálogos y abrazos. Pues no, hijos míos: el aire de la política está lleno de tiros surgidos de rifles desbocados y el buen político siempre tiene que mirar que la bala le dé al del lado.

Nuestros adorables enemigos siempre nos han regalado pistas de cómo se tiene que ir por el mundo y no las aprovechamos por el simple hecho de esta tozudez nuestra con apariencia beatitud moral

Sánchez se ha petado a dos de sus amigos más íntimos en el Gobierno de la misma forma parsimoniosa y tranquila con la que la sala de máquinas de los cohetes avanza hacia el sol abandonando los grandes cilindros de combustible que los propulsan y se asoman a la atmósfera en cámara lenta. Ábalos se había vuelto un ministro incómodo, y su voz rugosa de café con leche mal y piti matinal mal digerido no cuadraba con los nuevos tiempos, la era de las vedettes de la reconciliación como Iceta, que pide un tanto más de glamur. A su vez, Iván Redondo se había erigido por méritos propios como la máquina pensante de la administración española, el ser-en-la-sombra que lo decidía aunque siempre vivía feliz al pie de la foto. Pues bien, a la que su nombre ha aparecido más que el de Sánchez en la prensa... pues nada que, Iván, que cómo te quiero y que, joder, que muchas gracias por todo. Política: léase callejón oscuro y silencio.

Pablo Iglesias creyó que podía hacerse amigui del presidente para llevar al PSOE a la izquierda y marcar la agenda de un gobierno más progresista que los puros de Fidel. Y miradlo ahora, pobrecito hijo mío, sin oficio ni beneficio, ni moño, ni colita, ni casita en Galapagar... y con el ánimo justo para hacerse un perfil en Tinder. Yo, de Redondo y de Ábalos, sería más inteligente e iría buscándome alguna salida en la privada, que en eso sí que los mandatarios españoles siempre guardan un rinconcito en el corazón y en un consejo de administración para un antiguo camarada. Pero a la hora de sobrevivir a la política, queridos lectores, los amigos siempre se conjugan en subjuntivo y gracias. Es curioso, porque nuestros adorables enemigos siempre nos han regalado pistas de cómo se tiene que ir por el mundo y no las aprovechamos por el simple hecho de esta tozudez nuestra con apariencia beatitud moral. Somos una especie de gente francamente entrañable.

Cada vez que un miembro de la tribu se sorprende por una muerte no anunciada, la funeraria española sigue circulando por la vía dejando unos pequeños restos de ceniza que marcan su curso. Mira que nos han regalado lecciones gratuitas, y nosotros aquí pensando que a un amigo eso no se le hace.