Tras celebrar que unos bandoleros apocados derrocaran una estatua de alto valor patrimonial en el Born, ahora los barceloneses festejan encantados de la vida que Jaume Plensa les haya cedido gratuitamente y durante ocho años la fantástica escultura Carmela. Éste es el nivel cultural de la tribu, satisfecha con el vandalismo de unos granujas ebrios y orgullosa de un crimen mucho peor: aceptar la obra de un artista sin pagarle el esfuerzo ni recompensar su talento. He aquí el racaneo insufrible de los barceloneses, su esnobismo más palmario, al que Plensa ya se ha resignado y del que ya hace lustros huyó santamente para encontrar calor en otros países y ciudades del mundo donde tienen la curiosa costumbre de pagar el trabajo de los artistas. Hoy podemos disfrutar Carmela de gratis, no lo duden, porque Plensa ha podido comer gracias a naciones mucho más generosas con aquellos artistas que todavía nos atrevemos a decir de casa.

El cinismo de los catalanes con la cultura, de la que alardean diariamente como un gran hecho diferencial de la nación, es una de sus características más repulsivas. La gente que palpa entusiasmada la bella cara de Carmela y se hace selfies a su alrededor impostando muecas de alegría sideral es la misma que frunce las cejas cuando se ve obligada a pagar veinte euros por entrar en un museo o comprarse un DVD con la última genialidad narrativa de HBO, la idéntica horda de individuos que no tienen ningún problema en gastarse miles de euros en un banquete de bodas mientras discuten el sueldo a los músicos que les amenizan la fiesta. Lo de Plensa no es nada nuevo: una de las cuatro esculturas del barcelonés que se puede admirar en la ciudad, Dell’arte, le fue regalada por la Fundación Privada Vila Casas y se puede visitar en el Museo Can Framis. Si hubiera sido por la administración barcelonesa o sus ciudadanos exquisitos, todavía sería una masa informe de hierro perdida en un taller.

Hoy en día sabemos muy poco de la gigante escultura marítima que el alcalde Trias encargó al artista y que tenía que redefinir el skyline de la ciudad, un proyecto de unos treinta millones de euros sufragados por mecenas que el Ayuntamiento está dejando morir, aunque no le costaba ni un solo euro, ¡porque sólo faltaría que alguien se gastase pasta en arte! Efectivamente, si nos toca una escultura de gratis, ¿por qué cojones debemos hacer el esfuerzo de pagar otra o fomentar que las empresas inviertan en ello? Si tenemos música en la calle gratuitamente o pagando una miseria al señor Spotify, ¿por qué demonios deberíamos molestarnos en exigir un salario mínimo para los músicos de la ciudad? Si tenemos una escultura sin pagar en la calle por ocho años y encima nos trae turistas al Palau, ¡pues tu tira, compadre! Y si el escultor ya tiene la vida solucionada porque expone a todo el mundo, pues ¡aprovechémonos su gancho! ¡Que pague Plensa!

Cuanta tacañería, qué tribu más avariciosa, qué sobredosis de cínicos. Ay, Carmela, yo en tu lugar me largaría de aquí, por la cara.