Por Madrid corre el rumor que Pedro Sánchez prepara una alternativa gubernamental a Mariano Rajoy con la ayuda de Podemos y de los independentistas catalanes, lo cual implicaría, por orden cronológico, la no celebración del referéndum del 1-O, una gran movilización ciudadana en Catalunya causada por la prohibición, y una moción de censura posterior que Sánchez ganaría con la ayuda de Convergència y de Esquerra bajo la condición de celebrarse un referéndum pactado. Dice la leyenda que Sánchez solo aceptaría un referéndum no binario con varias opciones, entre las cuales se incluiría la hipotética mejora del autogobierno catalán y la independencia, que solo se alcanzaría de conseguir un 50% del voto. Sánchez podría hacerse pasar así como demócrata y mantener unida España sin la ayuda de la policía mientras que el nacionalismo tranquilo aprovecharía el referéndum (que podría ganarse, pero no con margen suficiente) para respirar con una ampliación del gobierno que provocara un cambio constitucional a la carta.

 

La certeza del rumor me es absolutamente indiferente, porque el jefe me paga para escribir y no para hacer de futurólogo, pero que la derecha mediática especule con el peligro de una presidencia de Sánchez a pocos meses del referéndum ejemplariza perfectamente la indefensión del PP ante la convocatoria de un plebiscito vinculante que solo puede impedir mediante la represión judicial o despertando a la Guardia Civil. De nuevo, Rajoy y su núcleo duro responden a garrotazos las (supuestas) aspiraciones plurinacionales del PSOE, parapetándose en el arte de esparcir el miedo. Cuando Maragall quiso federalizar al Estado con la aprobación de un estatuto que superaba claramente a una Constitución diseñada para enaltecer el centralismo, Rajoy y los suyos iniciaron un proceso de firmas contra el autogobierno catalán, que derivó paradójicamente en estatutos casi calcados como el de València. Ahora, desde el poder, el mensaje de los plumillas de Rajoy repetirá los ataques que sufrió Zapatero con el Estatuto: si Sánchez llega a ser presidente, España se rompe.

 

El miedo a un gobierno multipartito presidido por Sánchez es una de las últimas armas con las que el PP querrá cerrar sus filas e intentar evitar el referéndum. Como ya escribí hace pocos días, la determinación soberanista vendrá acompañada de más histerismo españolista, y una de las primeras manifestaciones de la histeria acostumbra a ser la paranoia. Mientras el PP alimenta el pavor de un gobierno en desenfreno "de los que quieren romper España", a Sánchez la operación ya le va bien: podría servirle para restaurar al antiguo catalanismo y reflotar la sectorial del PSC. Que Miquel Iceta se pasee últimamente por el país con Duran i Lleida y coquetee con resucitar el moderantismo sociovergente no es ningún tipo de casualidad. Ante todo este juego de despropósitos (porque todos sabemos que Sánchez acabaría igual que Zapatero, pasando el rodillo por cualquier aspiración que situara a los catalanes en superioridad competencial sobre andaluces y extremeños), la reacción del soberanismo solo puede ser la misma: persistir en el referéndum.

 

Como ya hizo ZP, Sánchez intentará jugar con la carta de una derecha inmovilista con el fin de excitar el alma dormida de la tercera vía en Catalunya. Ahora sí, dirán los socialistas, ahora sí que Catalunya vuelve a tener un aliado en Madrid. Como siempre ocurre, España solo finge enfriarse de modernidad cuando Catalunya estornuda con la secesión como hipótesis plausible. No es pedir mucho a nuestros políticos que, cuando menos, no osen prestar mucha atención a esta enésima trampa.