Después de las revelaciones andorranas del Molt Honorable Jordi Pujol, Artur Mas intentó blanquear la imagen de Convergència anclando el nuevo PDeCAT hacia posiciones más progresistas y poniendo a dos muchachos al frente con tal de salvar las apariencias. Pocos meses después, uno de estos dos nuevos lugartenientes, David Bonvehí, confesaba en una cena privada y fuera de micrófonos que si la vía del independentismo fracasaba, el partido buscaría a un candidato autonomista para ir tirando con la puta y la Ramoneta de toda la vida. Fracasado el plan renove y ante el auge de Esquerra y Junqueras en las encuestas, Mas cedió a Puigdemont libertad absoluta para crear una lista de independientes, Junts per Catalunya, con una escasísima relación con el PDeCAT: Elsa Artadi, que era miembro, se desdijo, y Marta Pascal, antigua esperanza blanca convergente, ni estaba ni se la esperaba.

Si, finalmente y como es presumible, los antiguos consellers de Puigdemont (y el president mismo) no acaban haciendo vida en el Parlament, Artur Mas habrá pasado de ganar unas elecciones con sesenta y dos diputados a no tener prácticamente ni uno en la cámara catalana. La nulidad de la presencia convergente en el Parlament podría disculparse si el 129 hubiera conseguido sus objetivos políticos con una cierta fortuna; pero la cosa no sería el caso. No hace mucho tiempo, el 129 había clamado consignas como: "Hem guanyat, Hemos ganado, We have won, Nous avons gagné!", que debió ser una forma atlética de demostrar plurilingüismo al planeta, más que no una proposición realista; o como el "Ganaremos de calle", refiriéndose a los pasados comicios del 21-D. De este estallido de entusiasmo, ya lo veis, hemos pasado a decir que el procés no se puede concluir porque no llegamos al 50%.

Mas no acabará en la papelera de la historia, ciertamente, pero me parece que la posteridad será durísima con él

La política sería aburridísima sin su dosis de hipocresía, pues de coronarnos la cabeza con laureles y de entrar al templo con todas las palmas posibles, Mas ha pasado a decirnos que no, chato, que eso de la secesión es cosa de porcentajes y que no hemos sabido imponernos como Dios manda. Ayer, en la rueda de prensa de su dimisión, Mas no hizo ni balance político ni de partido, porque habría tenido que asumir sus fracasos. Contrariamente, se limitó a hacer de convergente prototípico para intentar vender la moto de hacer creer a todo el mundo que Junts per Catalunya había tenido razón de ser por el PDeCAT y que, por lo tanto, tendría que ser el nuevo artefacto para ampliar la base del antiguo electorado de CiU. Si con la coalición de Junts pel Sí intentó salvarse personalmente de una caída electoral, esta trampa cínica es la última tentativa de salvar Convergència zampándose un invento que no es de él.

Finalmente, y como ha hecho toda la vida, Mas subsumió su carrera política a los designios de la judicatura española, en una decisión que es la metáfora de un proceso hacia la independencia que ha ladrado mucho, pero que finalmente ha acabado acatando la legalidad del 155. El Molt Honorable 129 podría haber dicho la verdad, y es que se va porque su partido ha entrado de lleno en la irrelevancia y también porque, en la nueva etapa de preautonomía que empezamos, las élites catalanas querrán a un nuevo líder que no les cause tantos problemas innecesarios como él, si el precio de todo es quedarse más o menos igual. Mas no acabará en la papelera de la historia, ciertamente, pero me parece que la posteridad será durísima con él. Dicho esto, gracias de nuevo a la buena gente de la CUP por marcarnos el camino a seguir. Nunca les agradeceremos bastante haber dejado las cosas tan claras.