Hace un montón de meses, cuando en la maravillosa tertulia de los martes de Basté decía que España (y más en concreto la Comunidad de Madrit) se estaban procesizando, en imitación a esto nuestro de la independencia, mis compañeros de mesa y de micrófono me miraban con cara de incredulidad, como tomándome por loco. Ahora que Pablo Iglesias se ha marchado del Gobierno para salvar a la izquierda madrileña e intentar destronar a Díaz Ayuso, esta equiparación resulta más clara que nunca: la presidenta del kilómetro cero no sólo ha planteado las elecciones como un plebiscito ("Socialismo o libertad", primero, y después "Comunismo o libertad") sino que, con su gestión libertina de la desescalada, ha emprendido un proceso de Madrid is different prácticamente gemelo al de los primeros años del procesismo en los que Catalunya vivía sedienta de urnas y creía poder independizarse del reino de España.

Que Madrid, una comunidad ficticia que se inventaron los socialistas y que Aznar solidificó con la turboeconomía del ladrillo, pretenda ser una nación dentro de España puede resultar delirante. Pero de este sainete, no obstante, brotan movimientos de heroísmo cutre como el gesto de Iglesias, que ha querido darse ínfulas de antipolítico abandonando el transatlántico de una vicepresidencia estatal para volver a casa y luchar en unas elecciones que tiene perdidas. Como buen comunista, es decir como buen cristiano, Iglesias perpetra un movimiento típicamente redencionista y viene a decir a los suyos que él es tan chupi-guay como para poder escarnecer el poder central porque lo que tiene en el corazón es su patria chica. Iglesias vuelve a Madrid como si desembarcara del exilio, en imitación de Puigdemont, vanagloriándose de poder decir que el estado donde él ha podido mandar de verdad en realidad es un fucking espejismo en plena decadencia.

En estos próximos años, la política catalana y la española serán un simple compás de espera en que el sentimiento de libertad se pondrá en un listón tan bajo que los ciudadanos, si no estamos atentos, podremos acabar lobotomizados por el poder

La comparación os puede parecer inadecuada, pero insisto en esto del procesismo madrileño como evidencia incluso estética. Fijaos en el espantoso vídeo en que Iglesias comunicó su decisión de volver a Madrid. Es de la misma factura cutre que las apariciones del 130 desde Waterloo, con aquello soviético de despacho repleto de libros que no abre nadie y sillas del Ikea. También comparten el mismo tipo de machismo, aquel que otorga protagonismo a las mujeres sólo desde la protección benigna del macho alfa (recordad cómo Puigdemont presentó a Laura Borràs como candidata al pasado 14-F, bendiciéndola con aquel gesto magnánimo de "chicas, al salón)". Ahora y sólo ahora se entienden las declaraciones de hace meses en las que Iglesias, de una forma absolutamente temeraria, equiparaba los exiliados catalanes a sus abuelos del tiempo del franquismo.

El exilio es el sueño húmedo de Pablito y la épica fraudulenta de Puigdemont es lo único que Iglesias puede explotar para ganar cuatro votos y salvar su partido de la desaparición. En eso, hay que decirlo, Pablo es mucho más inteligente que Albert Rivera, a quien España pagó los servicios prestados con una casa a las afueras de la capital y una cantante bien reguapa para amenizarse las noches. El líder de Podemos sabe que la regeneración de España es una engañifa y que para marear la perdiz sólo puede acabar de explotar las ínfulas de cambio con las que el catalanismo siempre ha querido salvar el Estado. El ingenio, cuando menos, le servirá para resucitar su partido y la nómina de sueldos que comporta. La procesización de Madrit es tan evidente que todo es una buena noticia, porque si los políticos españoles continúan anclados en sus ficciones, acabarán tan enloquecidos y bobos como los líderes de nuestra tribu.

En estos próximos años, la política catalana y la española serán un simple compás de espera en que el sentimiento de libertad se pondrá en un listón tan bajo que los ciudadanos, si no estamos atentos, podremos acabar lobotomizados por el poder. Dentro de sólo cinco años, cuando todos los caraduras ya tengan la casa pagada, un solo hombre libre valdrá mucho más que cien mil ejércitos.