Si alguna cosa envidio de los estados normales, desde la tribu, es su cínica capacidad de hacer ver como se regeneran, aun manteniendo intactas sus estructuras de poder. Sólo así se explica el auge de Ciudadanos, promovido descaradamente por los críos del Ibex 35 y la publicidad en las páginas de aquello que tal día hará lustros era un diario de izquierdas. Dentro de bien poco, la lentísima (y arbitraria) justicia española llegará a demostrar que la Caja B del PP no se trataba de un receptáculo para meter cuatro calcetines mal aparejados ni una hucha tipo cerdito, sino una gran balsa de financiación irregular. A día que pase y exmilitante que cante las cuarenta y estire de la manta, a Rajoy se le hará mucho más difícil eso de declarar que apenas conocía a los tesoreros de su propio partido. Hasta ahora, al presidente español le iba bien bascular como ebrio, de la misma manera que danza Mi gran noche, pero habrá un día en que el fangar se lo llevará todo.

Es aquí donde entra en acción la operación Rivera, que será promovida por los mismos terratenientes monetarios que han aguantado a Rajoy durante tanto tiempo. Cuando el PP ya no les sirva, la irrupción de un político joven (1979, buena cosecha), que Ana Rosa Quintana pueda vender como el Macron español y la regeneración de centro y blablablá, estará chupada. Poco importa que Rivera sea un viejo conocido en Catalunya, donde hace cuatro días se presentaba a las elecciones del Parlament tapándose (los cascabeles en la foto y con un programa claramente federalista que quería atraer votantes desencantados del PSC de Maragall). A España todo eso tanto le da, porque los caballeros de la mesa redonda han decidido que ahora toca acabar con el desenfreno del autonomismo nacionalista, y para impulsar un programa jacobino no hay mejor agente político que un hombre como Rivera, sin ley ni moral.

Si ahora os asustan los ministros carceleros del PP, imaginaos la fiesta cuando Albert nos llene el gobierno de España de estos niños tan simpáticos de apellidos notariales y camisa azul

Hay que reconocer cierta habilidad a los arquitectos de la Meseta. La inteligencia (sic) española ha llegado a la conclusión que para dar por saco a los catalanes no habrá nada mejor que un catalán o, dicho de otra manera, que la única condición bajo la cual un chico de Barcelona podrá llegar a ser presidente del Reino de España, es que condecore a la policía que zurró a sus conciudadanos cuando cometieron el pecado de intentar votar en un referéndum. Si ahora os asustan los ministros carceleros del PP, imaginaos la fiesta cuando Albert nos llene el gobierno de España de estos niños tan simpáticos de apellidos notariales y camisa azul, una peña que no dudará en convertir a la Generalitat en una simple taquilla de repartir migajas, eso sí, todo expresado en nuestra bella lengua: es el sueño húmedo de todo buen español, matarte lentamente mientras te canta La Tieta de Serrat.

Llegaremos a límites de fascismo institucional bastante bestias, pero mirad el lado positivo. Con el Albert en la Moncloa nos saldrán las Mireia Boya que tenemos en el país de bajo las piedras, e incluso habrá un día que Marta Pascal se sonrojará de vergüenza cuando ose decir que lo mejor para el país es tener un gobierno inscrito en el marco de una legalidad constitucional. Nos lo pasaremos pipa, conciudadanos. España nos ha regalado nuestro mayo particular. Aprovechémoslo.