Roger Español, releo en algunos diarios, perdió un ojo el 1 de octubre, a causa del impacto de una bola de goma disparada por la pasma. Eso de perder es un eufemismo de la corrección periodística, pues sería mejor recordar que la policía española hurtó el faro al conciudadano, haciendo uso de un arma que en Catalunya se prohibió ya hace un lustro. Pienso a menudo en Roger, a quien no tengo el gusto de conocer y de quien sólo sé, si la nube no me engaña, que es saxofonista de los grupos The Harlock y Soweto. También intuyo a ciencia cierta que, si charláramos, me caería bien: en un vídeo que me regala la misma red, Roger se presenta diciendo que "intenta ser músico", lo cual es bonito de decir y de oír, porque todos los que hemos estudiado eso del pentagrama somos un anhelo de compleción. Eso lo noto vagamente, pero lo que sí que sé a ciencia cierta es que tocar un instrumento con un cincuenta por ciento de visión, cuando recuerdas qué es tener el doble, es de lo peor que te puede pasar en la vida.

A Roger le robaron un ojo de la cara, que ofreció en generoso sacrificio por la libertad de todos. Por nosotros, miembros de eso que llaman la sociedad civil (ecs), pero también por sus responsables políticos, los líderes que perjuraron que aplicarían el resultado del 1-O, sin miedos ni reservas. Pues bien, el ojo de Roger, que vete a saber dónde para, no servirá para nada de todo eso. Con la visión que le queda, el músico tendrá que ver como los líderes indepes celebran las migajas que les regalará Pedro Sánchez como si la misma ONU hubiera aprobado la secesión de la tribu con España. Verá a Joan Tardà bien satisfecho, desenterrando el polvo que queda de Franco en aquella Disneyland en la que sólo van jubilados de Torremolinos y cocineros de Nebraska. También verá, con el ojo que le queda, como Marta Pascal se pasea por Madrid tendiendo puentes con la tercera vía y cavilando cómo podrá gastarse los 5.536,2 euricos al mes que le pagará la pérfida administración española.

Cuando veo toda esta rendición tan miserable no puedo dejar de enfadarme por el ojo de la cara que Roger Español nos dio

Todo eso lo verá parcialmente Roger y, precisamente porque tendrá la vista baldada, su mala leche, supongo, aumentará de manera exponencial. Porque produce mucha rabia, ciertamente, ver como Pere Aragonès se pasea ufano por el país, con aquellas mejillas de haber comido fricandó, encantadísimo de informarnos que ahora, ¡por fin!, se puede hablar de todo. No veo cómo se puede digerir, si no es desde la ira más absoluta, que tengamos que ver ―en el caso de Roger, parcialmente― como nuestra clase política ocupa mucho más tiempo urdiendo el escándalo y la rabieta de la semana que intentando empoderarse para aplicar el resultado del 1-O. Al conciudadano Español el referéndum le costó un ojo de la cara, que es este ojo con el que yo todavía puedo escribir este artículo o mirar las cuerdas de mi guitarra cuando intento sacarle sonido. Eso vale el ojo de Roger; recuperar cuatro competencias y permitir que Sánchez gane las próximas elecciones.

Acabáis de leer un artículo hiperventilado porque, según parece, caemos en esta bella categoría todos aquellos a los que nos enfurece el arte de tomar el pelo. No me suelo guiar por los sentimientos (de hecho, creo que el sentimentalismo es la peor tara de la política catalana), pero cuando veo toda esta rendición tan miserable no puedo dejar de enfadarme por el ojo de la cara que Roger Español nos dio, un ojo de la cara que será intercambiado dentro de muy poco por un nuevo saco de tierra fraudulenta, bajo la que muchos taparán sus pecados. Yo me enfado, y si hace falta hiperventilo, ciertamente, porque no me puedo quitar de la cabeza la imagen de un instrumentista como Roger, a quien le falta un ojo. Qué barato lo habéis vendido todo, partidos catalanes. Un ojo de la cara, le ha costado al músico que no conozco. Un ojo de la cara.