La esperanza con la que el independentismo ha recibido al nuevo gobierno de Pedro Sánchez y los llamamientos cutres al diálogo de los partidos catalanes con el nuevo líder español demuestran una vez más el hecho de que, por si todavía había algún alma candorosa que no lo sabía, los políticos catalanes nunca tuvieron la mínima intención de aplicar el resultado del 1-O y ni mucho menos de declarar la independencia del país. Cuando tú te tragas tus convicciones se te retuerce el discurso hasta límites delirantes y cuando las palabras se deforman más allá del entendimiento vemos cosas tan curiosas, como, ayer mismo, al president Puigdemont pidiendo a Sánchez que negocie bilateralmente el derecho de autodeterminación de Catalunya con Quim Torra. Que alguien hable de dialogar con alguien sobre cómo te auto-determinas (auto, prefijo equivalente a acción que tiene el origen en uno mismo: véase auto-didacta, auto-biógrafo) nos indica el bajo nivel al que nos ha sumido tanta incompetencia.

Castrado el 1-O y su poder vivificador, y con la losa de la prisión y del exilio, el independentismo se inventó la idea de la restitución como antídoto al desencanto. También podemos comprobar —y eso son hechos, no opiniones ni deseos— cómo las ansias restitutivas del Govern han quedado en nada: los consellers no han tomado posesión de sus cargos legítimos y lo máximo que han podido hacer es intentar colar políticos afines en los respectivos departamentos. Que el major Trapero haya renunciado a volver a ejercer como jefe de los Mossos certifica que la mandanga de la restitución era sólo eso: una venta de moto más. De hecho, entre las pocas cosas interesantes que hemos escuchado en estas semanas a nuestros líderes, está la idea del president Torra según la cual, después de escaparse la oportunidad del 1-O, el independentismo tendría que buscar un nuevo momentum, un nuevo espacio de oportunidad.

El momentum que busca el president Torra necesita de un cambio de la generación política que nos ha llevado hasta donde estamos

Ahora que la consejera Artadi nos ha avisado de que la independencia no llegará en 48 horas (gracias, Elsa, porque eso de hacerlo en un fin de semana habría sido de muy mal gusto, con este solecito tan bonito que nos regala el junio...), diría que el momentum que busca el president Torra necesita de un cambio de la generación política que nos ha llevado hasta donde estamos. El tiempo pasa muy rápido y la política, bajo una apariencia de estrés, modera mucho más las cosas que las acelera: pensad que, con su apelación al deshielo institucional, Sánchez ganará un cierto tiempo para intentar apagar la situación catalana, después del cual el soberanismo se tendrá que replegar para afrontar las municipales de mayo del próximo año. Bajo la excusa de salvar la mayoría de ayuntamientos del país (en especial, el de Barcelona), la independencia quedará relegada a ser un arma electoral autonómica más.

Eso de anticipar un momentum siempre tiene algo de excesiva metafísica, y —a veces, como paso también con la vida— cuando te dedicas a soñar mucho con un instante tu deseo acaba convirtiéndose en un impedimento con el fin de cumplirlo. Así ha pasado, por ejemplo, con expresiones como hacer República, que en vez de ser sinónimo de implantar la independencia se ha convertido en una expresión más para reformular el hacer país del pujolismo con un supuesto aire de radicalidad. Yo no sé cuándo llegará el momentum, pero, de momento, la independencia ya ha dejado de ser una prioridad para nuestro gobierno. Es importante ser consciente de ello.