Tras su magnífico acto electoral en Perpinyà, es muy comprensible que los convergentes de siempre vayan por el mundo con la moral más alta. Hace pocos días, Artur Mas presentaba libro en La Pedrera junto a su queridísima adosada Mònica Terribas; el volumen en cuestión podría haberse titulado Memòries d’un estafador o Curs avançat de falsari, pero, por aquellas cosas de la vida y del universo de la poética, los editores han decidido llamarlo Cap fred Cor calent, y yo, frívolo de profesión, que todavía habría apostillado i uns collons com un toro. Entre el ilustre público del evento podía verse a Jordi Pujol, que de aquí poco recobrará su condición de padre político del 129 tras la penitencia de haber sufrido unas brevísimas vacaciones como apestado. La Madre Superiora, a quien esto de los actos culturetas siempre ha complacido muchísimo, sonreía encantadísima de poder lucir rebequeta de nuevo.

Hasta hace muy pocos años, y justamente bajo el timón de la presidencia Mas, asistíamos regularmente a la performance de ver como Convergència intentaba disfrazarse de nuevos personajes que disimularan su naturaleza pactista con España, ya fuera cambiado el nombre del partido como quien muta de pelambrera o escondida bajo coaliciones trufadas de aparentes elementos exógenos como Junts pel Sou. Pero nuestro presente ahora nos regala un delirio paralelo: el de admirar como ERC intenta conservar un alma radical mientras Junqueras va sometiéndose a Sánchez sólo porque el presidente español le permite realizar alguna que otra excursioncilla a la universidad de vez en cuando. Mientras todos dicen no renunciar a la vía unilateral (por favor, moderen su risa), los de Perpinyà gobiernan con el PSOE en la Diputación de Barcelona y sus ilusos enterradores muy pronto nos volverán a vender las bondades ilimitadas de la disposición adicional tercera. Ya lo verán.

Ya sea por el canguelo a las encuestas o por el consiguiente pavor a perder el escaño, aquí ni puto dios de los partidos habla de elecciones ni de dar la voz al estimado pueblo

Los españoles se ríen tanto de lo nuestro que ya no gastan ni un solo céntimo de euro con tal de aniquilarnos, una labor que cumplimos a la perfección nosotros solitos. Recientemente, Gabriel Rufián incluso decía que “está muy bien que te aplaudan en Perpinyà, pero el reto es que te aplaudan en Cornellà, en Santa Coloma o en Sabadell”, resucitando así el mito guerracivilista de las dos Cataluñas que tan bien había explotado Inés Arrimadas. La cosa no falla: cuando Esquerra se histeriza es porque ve que los convergentes vuelven a ganarles terreno en el arte de vender las motos. Pero, pobrecitos míos, en esto todavía han de aprender muchísimo de la lección del abuelo. Cuando Pujol pretendía convencer a los votantes del extrarradio barcelonés siempre llevaba un poquito de billete extra. Vamos a ver, señora Carmenchu, ¿que diu que quiere un polideportivo? Tenga, tenga, que usted es tan catalana como yo. ¡Faltaría más, oiga!

La providencia guarda paradojas bien curiosas. Hasta hace poco tiempo, el procesismo reivindicaba cualquier excusa ―de unas elecciones a una feria de la ratafía― para entonar el sudadísimo eslogan del “volem votar”, ¡y apelo al sudor porque del invento se llegaron a hacer incluso algunas simpáticas camisetas! Pero ahora, ya sea por el canguelo a las encuestas o por el consiguiente pavor a perder el escaño, aquí ni puto dios de los partidos habla de elecciones ni de dar la voz al estimado pueblo. Miradles la cara, criaturitas del cielo, que parece que lleven escrita la frase “No volem votar”, no sea caso que perdamos las alforjas… Y todavía tienen la cara dura de llamarse socios de gobierno, esta peña tan creativa. Esperemos que, como vaticina la meteorología, la tramontana se intensifique esta semana y, aparte de expulsarnos un poquito los virus de la China, se nos lleve uno o dos ejemplares de estos pelagatos por los cuales cada día vale menos la pena perder un solo segundo.