Cuando los habitantes de Madriz quieren ejercitarse en la superioridad moral apelan a una maravilla oratoria llamada tonito. Pues bien, así es como, con un cierto tonito, la vicepresidenta Carmen Calvo se dirigió hace pocos días a una amiga imaginaria para decirle que esto del feminismo es, por encima de todo, un patrimonio de la izquierda socialista. No, bonita, decía Calvo, afirmando que en esto de las mujeres hay quien se lo ha currado de antaño y que si uno quiere ser rosa, chatina, que pida la vez que el pescado se va acabando. De hecho, la amiga imaginaria no era tan ficcional, porque la veep se dedicó a chotearse de toda esa gente que hoy habla de feminismo transversal/liberal, en clara alusión a Inés Arrimadas. En definitiva, y siempre según la visión ilustrada de Calvo, hay mujeres que han llegado demasiado tarde a una causa con padres y, sobretodo, madres.

Pasó algo semejante hace semanas en esto de la orgullosa manifestación de los LGTBI cuando algunos activistas de la capital del reino practicaron el deporte de disparar botellas llenas de orina a políticos de Ciudadanos, incluida la propia Arrimadas, mientras le recordaban a todo quisque el oficio de su madre y no ser nadie para reivindicar una lucha con propietarios. Si pactas con Vox, tronco, en mi mani no entras ni de coña. Es curioso, el tema de los movimientos sociales: hace pocos años, uno celebraba la integración de antiguos enemigos en las causas del progreso, y podías ver manifestaciones de la mujer donde la activista más radical se abrazaba incluso a monjitas de clausura en fraternal reivindicación. Pero no, en el mundo progre de ahora importa sólo quién llego primero al acto fundacional de la pureza. En poco tiempo, ya veréis, a las manifas habrá que ir con currículum.

Resulta lógico que la reivindicación de la víctima provoque una lucha típicamente religiosa en los movimientos progresistas para ver quién ha sufrido más y quién merece con más honor el premio de haber acumulado más dolor

Pero el fenómeno es estrictamente comprensible. Hace poco tiempo que los movimientos sociales europeos han pasado de la pretensión de imponer una agenda política a reivindicar con fuerza el papel de víctima. El feminismo, en este aspecto, es un caso paradigmático, mediante su gesto conceptual de subsumir la naturaleza femenina a la potencialidad de agresión sexual. Reivindicar la víctima y la muerte como identidad primera (si matan a una nos matan a todas, somos el grito de las que ya no tienen voz, etc.) forma parte de una nueva religión política, porque las víctimas son moralmente impolutas, gozan de una dignidad indiscutible y su desgracia no puede discutirse bajo pena de falta de sensibilidad. Lejos del lobby o de buscar un sujeto exitoso, los movimientos sociales apelan a la muerte y anulan cualquier pretensión de diálogo citando compulsivamente el dolor ausente.

En este sentido, resulta lógico que la reivindicación de la víctima (y su correlato fúnebre) provoque una lucha típicamente religiosa en los movimientos progresistas para ver quién ha sufrido más y quién merece con más honor el premio de haber acumulado más dolor. Este No, bonita resume a la perfección esta voluntad de jerarquización de la lucha, este póngase-usted-en-la-cola que nosotros acumulamos más mártires en la causa. En este aspecto, el feminismo le ha enseñado muchísimo a una de las religiones más importantes de nuestro tiempo, el procesismo, que hoy ya se identifica sin ambages como una comunidad doliente por la ausencia de los presos políticos. De la misma forma que pasa con las víctimas de la violencia, a los presos no se les puede discutir nada por el simple hecho de haber sido reprimidos. Su condición doliente, en definitiva, es intocable.

El aire de superioridad moral de la vicepresidenta Calvo tiene consecuencias, porque es evidente que mesurar la implicación en una causa a través de la antigüedad guarda un Olimpo de poquísimos vivos con la legitimidad de enarbolar una bandera mientras que relega a muchas bonitas a la sala espera de los elegidos. Por otro lado, si encontrarse en el club de las VIP implica hacer gala de un analfabetismo superbo tan militante como el de la vicepresidenta española quizás acabará siendo más productivo volver a los márgenes de la militancia individual.