Inmediatamente después del congreso martapascaliano de Convergència, la nueva y flamante vicepresidenta de los pedecators, Míriam Nogueras, anunciaba con pompa y circunstancia que la nueva dirección del partido exigiría mucho más a Pedro Sánchez con el fin de mantenerlo anclado en el poder. Mi estupefacción fue oceánica: si se dice que se será más exigente con alguien, según la más pura lógica, eso implica que antes ya se ha sido cuando menos un poquito remilgado y quisquilloso. Pero servidor, y me encantaría equivocarme, no conoce ni una sola exigencia que el mundo convergente (y, por concomitancia, el independentismo representado en el Congreso) presentara a ZetaPedro antes de investirlo. Conozco, por ejemplo, los sine quibus non de los vascos, que hicieron perjurar al rejuvenecido líder del PSOE que les mantendría la exactísima pasta prometida por Rajoy en los presupuestos generales del Estado. Eso sí me suena.

Pero ¿exigencias? ¿Del PDeCAT y de Esquerra? ¡Señora, si encuentra una sola ya me avisará! Pues no, contrapartidas no hubo ni una, lo cual quiere decir que el soberanismo catalán le regaló al PSOE la presidencia de un país, con la consiguiente potencia funcionarial, de altos cargos y de gestión presupuestaria, con el simple incentivo de echar a Rajoy y poder presumir ante su electorado, a falta de cualquier otro objetivo mínimamente cumplido. En casa del PSOE, un partido que, recordémoslo, apoyó punto por punto a Rajoy en la represión policial y judicial del independentismo, desde aquel día, todavía se deben de reír a propósito de la perspicacia negociadora de los catalanes. En resumidas cuentas, Sánchez no es que viva muy inquieto, sino que sestea tan tranquilo como parsimoniosa vive el agua de la fuente de la Moncloa donde Machado y su querida releían poemas de amor.

Y mientras tanto... ¿qué ocurre en la fastuosa República catalana? Pues que, en el mismo instante en que gente como Nogueras sacaba pecho por poder sujetar todo el régimen constitucional español, el Parlament ha acatado como si nada la resolución del presidente Llarena por la que los encausados por el 1-O perderán su sueldo. Es decir, y traducido al cristiano, que, mientras se habla de restituir al Molt Honorable 130 en su oficina de la plaza de Sant Jaume, nuestros parlamentarios no son lo bastante ardides ni para garantizarle el sueldo. Por si eso fuera poco, y vista la falta de acuerdo entre el PDeCAT y Esquerra, los líderes independentistas han ideado una jugada maestra (¡puf!) para que no haya, ¡ni de cachondeo!, una sola riña más en el Parlament. ¿Estáis sentados? Pues, ¡alehop! El invento consiste en no convocar ningún pleno hasta el mes de octubre. Es decir, que el Govern, el ejecutivo, vaya haciendo su trabajo sin la supervisión controladora de las cortes. ¡Ni en las mejores dictaduras, chaval!

Así pues, si alguien todavía piensa que con estos politicastros de séptima división podemos llegar no ya a la independencia, sino a la esquina más próxima de casa, es que prefiere la ceguera a ver las cosas tal como son. Eso que expreso no es una opinión ni un gusto por el fatalismo. Es la simple constatación de que, con esta gente que dice que nos comanda, dar la mínima dignidad al país será imposible. Eso sí, no os preocupéis, nuestros líderes currarán duro y de lo lindo para que el 11-S volvamos a llenar las calles con los colorines y la performance de turno. "¡Ni un paso atrás!", gritarán todos. Pero ¿cómo os atrevéis?, les digo yo. Vosotros, y solo vosotros, sois el paso atrás. Vosotros, y solo vosotros, sacrificáis los anhelos de los ciudadanos con promesas incumplidas y medias verdades. ¿Ser más exigentes con Sánchez, Nogueras? Venga, no me hagas reír.