Imaginad, que es poco imaginar, que estamos a principios de diciembre e imaginad, que es mucho imaginar, que la comunidad científica nos asegurara hoy mismo que a mediados de enero la mayoría de países de Occidente estarán en disposición de vacunar masivamente la población contra el maldito VIH. Imaginad, y aquí escoged si es poco o mucho imaginar, que cada 25 y 26 de diciembre tenemos la sacrosanta tradición de quedar con un grupo de personas muy próximas y queridas en casa de alguien, o en una absurda masía perdida en el Empordà, con el objetivo de alegrarnos la vida con una orgía del quince donde nos dedicamos a hartarnos de follar sin plástico. Todo parece indicar que, ante la inminencia de la vacuna a mediados de enero (es decir, dentro de seis puñeteras semanas), todos seríamos lo bastante serios, adultos y responsables como para ponernos hielo en pene y almejas, posponiendo la orgía para más adelante, y, así de paso, follar con la total seguridad de que no nos contagiaremos del bicho.

Pues bien, por mucho que parezca delirante, este ejemplo tan clarividente no parece funcionar con la Covid. La práctica totalidad de órganos internacionales y los portavoces de la comunidad científica llevan bastantes días sosteniendo que tendremos una retahíla de vacunas contra el mal que vino de Wuhan disponibles en pocas semanas e inyectables en un mes y medio. Dicho de otro modo, que el cojones este de partícula (o lo que sea) sólo podrá campar libre para matarnos durante cuarenta y cinco días más, es decir, durante 1.080 horas, es decir, durante 64.800 minutos. Pues bien, en vez de pensar en cómo podemos asegurarnos que durante todo este tiempo, a ser posible, no haya ni una muerte más, a la mayoría de autoridades y opinadores de la tribu les ha entrado una desazón especial para saber si podremos servir la escudella con la familia el día de Navidad. Es decir, siguiendo el ejemplo del VIH, tenemos un país que todavía piensa en cómo podemos salvar la orgía de los días 25 y 26.

Ahora que sólo faltan menos de dos meses para que Occidente se llene de inyecciones, es de una supina irresponsabilidad celebrar la Navidad, sea con menos de diez, seis o con una sola fucking persona en la mesa

Aunque parezca mentira y aunque gran parte del común censure la Navidad porque le toca aguantar los nauseabundos chistes del cuñado, ya tiene gracia que ahora, precisamente ahora, todo dios tenga una debilidad navideña superior a la del Santo Padre. Entiendo que las familias han estado incomunicadas durante meses, que muchas de ellas han sufrido pérdidas y que los abrazos son más necesarios que nunca, pero justamente por eso, ahora que sólo faltan menos de dos meses para que Occidente se llene de inyecciones, es de una supina irresponsabilidad celebrar la Navidad, sea con menos de diez, seis o con una sola fucking persona en la mesa. Esta esclavitud del calendario ya es normalmente sórdida año tras año: pero ahora, precisamente ahora, es de una irracionalidad descomunal y tendrían que ser las autoridades, los sectores industriales y los medios de comunicación los primeros que se conjuraran para que la mayoría de la población se olvidara de los turrones y se quedara en el sofá de casa.

Las estadísticas dicen que mi generación, la de los nacidos a finales del setenta, tendremos muchos números para vivir 100 años por término medio. Viviremos, por lo tanto, 100 Navidades. No pasa nada, y cuando digo nada quiero decir nada de nada, por eliminar un solo dígito de este excelso y entrañable recuento si es para evitar la posibilidad de una sola muerte en Catalunya. No pasa nada, y cuando digo nada quiero decir nada de nada, por dejar el tió, los versitos y la horripilante y espantosa canción de la pesadísima Marató de TV3 para el próximo año, y si no es para el año próximo, para febrero o en marzo, que si ya aplazamos la fiesta de Sant Jordi sin que a nuestro santo patrón se lo haya zampado el dragón, pues también podemos aplazar el nacimiento de Cristo sin que la Virgen María se nos enfade. Sí, estaremos un año sin Navidad. ¿Y qué? Qué más da si eso nos asegura que nuestros abuelos, padres y madres podrán disfrutar muchas más. Llevamos muchos meses de sacrificios como para hacer el imbécil en el último minuto del partido.

Los científicos han trabajado cagando leches para encontrar un remedio a la Covid. Ha muerto mucha gente y, de entre las víctimas, algunos de los médicos y de enfermeras que el pasado marzo fueron a trabajar sabiendo que podían dejarse la vida. ¿Y ahora me dices que te mearás en toda esta gente porque te hace ilusión ver al tío Manel y cantar el Virolai? ¿De verdad, conciudadano mío querido, que no desconvocarás la orgía, por muy caliente que vayas y por muchas ganas que tengas de meter el churro en caliente? Pues mira, id al carajo tú y tu Navidad de los cojones.