Tras inventar un nuevo tipo inédito de huelga de hambre que no pone en peligro la propia vida (y con fecha de caducidad), podría parecer que al procesismo le entraría escasez de jugadas maestras. Pero el president Torra ―un hombre de letras y, como dice él mismo, de ideies― ha tenido la portentosa capacidad de llevar el arte de la venta de humo todavía más lejos. Para conseguirlo, el 131 se ha impuesto alejarse del ámbito de los quehaceres humanos y, como ha pasado con otros Molt Honorables, ha visitado Montserrat para trabajar la agenda con el altísimo. En el caso que nos ocupa, pacientísimos lectores, el president no se ha dirigido al lugar para rezar ni comprar requesón, como haría cualquier abuelita del interior, sino a perfectir el acto del ayuno con una dieta detox de un par de días. Poco importa tener al país con la pasma cuestionada y el conseller de la poli bajo mínimos, porque cuando ofrece su cuerpo a la libre disposición de la divinidad durante cuarenta y ocho horas, cualquier otro problema deviene risible.

Mira que han visto gestas, los benignos monjes de la montaña sagrada, pero hasta el abate Soler flipaba pepinos con la proeza. De hecho, los responsables del monasterio harían santamente en abandonar todo el rollo de los encuentros espirituales con ateos recalcitrantes para centrarse de lleno en rendibilizar comercialmente este ayuno a tiempo parcial. El Montserrat detox no puede ser un hecho excepcional, ni patrimonio de un solo hombre; debería ser un programa de régimen previo a la Navidad que perpetrara todo buen catalán con el mínimo de conciencia nacional. Dos días, ¡dos!, cuarenta y ocho horas sin ingerir nada más que agua: y con el complementario diploma, si tiene la bondad. Faltan pocos días para que la tribu deba someterse a una horripilante ingesta de cocido, turrones y otras espantosas viandas. No se me ocurre mejor idea que obligar a todo dios a este radical detox para dejar la tableta más tersa que los mofletes de la Moreneta. Con una inscripción de diez euros, como en la Crida, iría que chuta.

Como decíamos antes, de ser considerados los héroes de los atentados en la Rambla y de l’1-O, el cuerpo de Mossos ha pasado a vivir permanentemente intervenido, desmoralizado y, pequeño detalle, tremendamente dispuesto a cascar a manifestantes indepes

¿Y qué pasaba mientras el Molt Honorable se hacía el héroe nacional entre reliquias y santos? Pues en el país del procés cualquier quehacer político resulta contingente. Nada, fruslerías sin importancia. Como decíamos antes, de ser considerados los héroes de los atentados en la Rambla y de l’1-O, el cuerpo de Mossos ha pasado a vivir permanentemente intervenido, desmoralizado y, pequeño detalle, tremendamente dispuesto a cascar a manifestantes indepes. La cosa se ha saldado, aunque parezca increíble, con el president exigiendo cambios drásticos que acaban con unas simples disculpas del conseller a sus agentes. La cosa podría compararse con una república bananera, pero incluso esto lugares tienen su dignidad. En otro orden de cosas, que dirían los cursis, mientras el president tomaba sus infusiones (bajo atenta vigilancia médica), la población, siguiendo las órdenes de apretar a los políticos, amenaza con ocupar las calles cuando Pedro Sánchez y los suyos visiten la colonia para su Consejo de Ministros.

La paradoja no podría ser más genial. Animada por el president, la masa independentista saldrá a las calles en pocos días para protestar contra un gobierno español que, mire usted por dónde, invistieron los propios partidos independentistas sin esperar ningún tipo de contrapartida. A menudo la historia regala unas volteretas que te cagas, ya lo veis. A sabidas cuentas, mis conciudadanos obrarían santamente no cortando la AP-7 ni paralizando el aeropuerto (acciones que se deberían haber perpetrado el 1-O o los días posteriores al referéndum, dicho sea de paso), sino manifestarse directamente ante las sedes de Convergència o de Esquerra, socios fundadores del gobierno de este malvado PSOE del 155. Podrían hacer esto o, en imitación de la más alta instancia del país, viajar a la montaña sagrada para hacer este famoso Montserrat detox. Yo, como el president, optaría por la segunda opción. Porque, amigos míos, en el futuro tendremos que comer tanta mierda que un par de días sin ingerir nada nos parecerán un auténtico regalo del cielo.