La pasma española ha citado al articulista de El Nacional Jordi Galves el próximo martes a las dependencias de la Brigada Provincial de la Policía Judicial por la presunta "participación en un delito de odio". Sé que has leído esta frase inicial como una bala y diligente, porque quizás te debes tragar el artículo mientras vas a trabajar, apremiado en el metro, o esprintando para llegar al súper de noche, donde ya tienes bastante trabajo recordando si hoy tocaba carne o pescado para cenar. Lo vuelvo a escribir, porque la repetición a menudo da gravedad a la cosa: que digo que la policía ha citado a un articulista, en este caso el amigo Galves, al cuartel general porque alguien dice que fomenta el odio, y escribo alguien porque Jordi, que se supone ciudadano de España (y por lo tanto del mundo civilizado, no de Marte o Ganímedes) no tiene ningún derecho a saber los términos de la denuncia ni contra quien haya disparado supuestamente tantos litros de odio.

De hace meses, la máquina judicial española tiene la misión de atemorizar al espíritu libre de los catalanes para que lleguen a la conclusión de que eso de la independencia es imposible. Primero serían los políticos, después los agentes civiles y ahora les tocará el turno a articulistas y otros animales de la letra. No hay forma más bestia de coartar la libertad de un colectivo que castrarle las palabras y atemorizar a escritores y gacetilleros para que se sitúen delante del ordenador muertos de miedo y escriban al dictado del canguelo. Insatisfecho con no poder garantizar los mínimos estándares de la separación de poderes que nos regaló la Francia revolucionaria, el poder madrileño ha decidido remachar el clavo y erdoganizarse un poco más persiguiendo a las firmas libres como la de Jordi. La policía que pega a señoras y gente indefensa no genera odio, mire usted. El problema son los versos libres del articulista Galves, tócatelos y baila.

No podemos resignarnos a vivir en un entorno donde no se pueden decir determinadas cosas porque hieren el poco honor que les queda a los poderosos o simplemente generan incomodidad a los sabelotodo de la moralina

Dentro de muy poco, la lucha por la libertad de expresión (que recordémoslo, se basa en el principio tan racional como comprensible según el cual puedes hablar de lo que quieras y en los términos que quieras) será una de las causas generales de nuestro tiempo. Eso no va del Galves o de servidor de ustedes, que también ha sido denunciado simplemente por regalarle el diccionario de la alegría a un pobre censor: el acoso a los articulistas y a la gente de letra es un problema de todos, pues eso que hoy nos pasa a nosotros, y que llevamos con la máxima cuota de humor posible, mañana te puede tocar a ti. No podemos resignarnos a vivir en un entorno donde no se pueden decir determinadas cosas porque hieren el poco honor que queda a los poderosos o simplemente generan incomodidad a los sabelotodo de la moralina. Si consiguen decapitarte el vocabulario, amigo mío, muy pronto no te quedará ánimo ni para respirar.

Quieren empezar con las palabras, después irán a castrarnos los gestos y muy pronto prohibirán incluso las caricias. Para combatir al enemigo, dentro de bien poco sólo nos quedará el poder del diccionario y la gracia de insuflar todo el fuego posible a nuestras palabras. Porque la noche ya dura demasiado y nosotros somos gente que amamos la luz.

PS.- Mañana lunes a las siete de la tarde, si la pasma no lo prohíbe, hacemos un acto dedicado a la libertad de expresión en el Ateneu, por si queréis dejaros caer. Reiremos, eso seguro.