Artur Mas ha despertado de su aparente siesta política, fresco y bronceado como una bailarina tahitiana, para recordar que en Catalunya todavía queda gente de seny, lo cual, en opinión del 129, quiere decir líderes que dan pasos-al-lado y todo el sacrificio que haga falta por la unidad del independentismo. Sabemos que el antiguo president es un hombre hecho a la griega, y no por que todavía suspire con las playas de Ítaca, sino porque opina que él es la correcta medida de todas las cosas. Sólo esta humilde tozudez podría explicar que Mas se enroque al abrigo del PDeCAT para disputarle el aire al sucesor que él mismo ungió, cuando media Convergència, sea por convicción o por interés, ya hace tiempo que vive mirando a Waterloo, consciente de que Carles Puigdemont es el único líder que puede disputar la hegemonía soberanista a ERC o, si las cosas van todavía más mal, salvar la antigua Convergència de la marginalidad.

Cuando Mas anunció su intención de mantenerse en el PDeCAT, las élites barcelonesas debieron respirar muy tranquilas. Fragmentando el ámbito del centroderecha, el 129 estaría favoreciendo a una teórica victoria de esta nueva Esquerra más moderada que la Unió de Duran i Lleida que, a su vez, podría llevar a los republicanos a pactar un tripartito con el PSC (y el socialismo catalán, ya lo sabemos, es una cosa respetable incluso a ojos de la gente de orden). Pero en esta tribu las cosas siempre tienen una pizca más de mala leche y no hay que tener mucha intuición para ver como lo único que quiere el Astuto es presionar a Puigdemont para que algunos de sus correligionarios acaben en las listas de Junts per Catalunya. Así es el espíritu convergente; mucha bulla judicial por el nombre, muchas carrerillas y ruedas de prensa, pero a la mínima posibilidad de oler el poder, todo el mundo saldrá en la misma foto.

Hay que elogiar a los convergentes, porque con toda esta pamema de los últimos días están consiguiendo que los electores olviden que Mas y Puigdemont son exactamente lo mismo

El gesto artúrico es bastante inteligente y Mas es muy hábil recordando a Puigdemont que, en el fondo, los dos políticos se necesitan. El 129 es consciente de que el 130 puede ayudar a mantener la Generalitat en el ámbito de poder convergente y el 130 sabe que el 129 puede garantizarle una cosa tan básica como la subsistencia, y cuando digo la subsistencia quiero decir una cosa tan rotunda como recordar de vez en cuando a los empresarios y ciudadanos benefactores que aflojen la mosca porque, mira, la casita de Waterloo no se paga sola. Así es la Convergència de siempre, que se remonta a las peleas de Pujol con Unió o Miquel Roca; el río parece teñido de sangre, todo el mundo vaticina divorcios y disputas, pero al final de la noche el novio y la novia acabarán irrumpiendo bien ebrios a celebrar el final de las nupcias y el coito tendrá lugar aunque el alcohol haya matizado la erección. Es cuestión de cuatro o cinco nombres en las listas, y venga, todos amigos.

Dicho esto, hay que elogiar a los convergentes, porque con toda esta pamema de los últimos días están consiguiendo que los electores olviden que Mas y Puigdemont son exactamente lo mismo. Difieren en las formas, si lo queréis; mientras uno organizó una consulta popular fake sin ningún tipo de validez y fue inhabilitado y castigado con una fianza que habrán acabado pagando las señoras del Eixample a través de la caja de resistencia, el otro organizó un referéndum que se nos vendió como vinculante (cuando nadie tenía intención de vincularlo a su resultado, que de eso iba la cosa) y que ha salvado sus errores con la carta del exilio. En el fondo, todo son eses para mantener la parroquia enaltecida mientras intentas pactar con el Estado en sordina. En eso, desdichadamente, el independentismo ha tenido siempre una unidad admirable, porque nadie, ni dios, ha querido llegar hasta el final.

A pesar de exhibir la piel dorada y la mandíbula todavía eréctil, Artur Mas sigue teniendo por rostro su propia máscara, que no es el disfraz de alguien que se escuda por timidez o picardía, sino el atavío del cínico que sólo busca seguir controlar el cotarro cuando ya hace tiempo que tendría que haber pedido perdón por las estructuras de estado que eran papel de humo y por una independencia legal-en-dieciocho-meses que, de momento, sólo puede visitarse en el museo de las jugadas maestras. Pues, ciertamente, de urdir tramas para sobrevivir haciendo ver que se sacrifica, Artur sabe un rato largo. Mira que ha hecho pasos-al-lado y todavía lo tenemos aquí, persistente como la canícula y más tahúr que una vendedora de rosas. Ha sobrevivido a la confesión de Pujol, al 3% y al caso Palau, a la conversión de Convergència en el PDeCAT, y la cuerda, ya lo veréis, todavía le durará algunos lustros a él y a los amiguitos.

El 129 descubrió mucho antes del tiempo de las pandemias que con la máscara vas mucho más seguro por el mundo, y que eso de esconderse puede resultar muy rentable. Realmente, si nuestros líderes aplicaran toda la actitud y energía que utilizan para salvarse a liberar el país, ya haría décadas que optaríamos a ganar Eurovisión. Pero tened paciencia y esperad, que muy pronto los veréis a todos saliendo en la misma foto, como hermanitos gemelos luchando por diferirse...