Se ha dicho demasiado a menudo, en conversación de café y con el codo bien cómodo en el reclinatorio, que Manuel Valls es el candidato de las élites españolas a las próximas municipales de Barcelona. Nada más lejos de la realidad: el auténtico papable de los arrendados capitalinos, así como el mejor garante de la unidad de España en la ciudad, es Ernest Maragall. Inventor de una ética que después canonizaría Ferran Mascarell (a saber, la falta total de principios politicomorales y la maña constante para sobrevivir en busca de nómina), Maragall Jr. sigue siendo el político del PSC que abandonaría gustosamente su independentismo circunstancial si le ofrecieran algo parecido a la promesa de una España federal. Ernest, en este sentido, comparte sabrosamente la táctica de Artur Mas y de Oriol Junqueras: presionar al Estado con la independencia para arrancarle lo que llamamos pacto fiscal.

De hecho, en las próximas elecciones barcelonesas se da la curiosidad histórica y macabra que Maragall podría acabar comandando la jubilación de unos funcionarios que él mismo contrató de joven. Heredero de la tecnocracia que le enseñó Porcioles (es decir Franco), Ernest domina como nadie un cuerpo humano vertical y poderosísimo de que la mayoría de ciudadanos nunca ha oído hablar, pero que manda mucho más que el Ibex 35 y los capataces del Mobile World Congress juntos. Fijaos si este linaje de altos funcionarios es poderoso, que ni el pobre Xavier Trias ni una política con un sentido del poder tan agudo como Ada Colau han podido transformar un sistema de poder que querría perpetrarse unas cuantas generaciones más. Pensad en los encorbatados de la Feria, en los altos cargos del ICUB: todos están rezando para que Maragall vuelva al poder y les regale calma y paga.

La prueba que Ernest Maragall representa una regresión terrible es su misma elección, en la cual Junqueras y los fontaneros de ERC se petaron unas primarias que ganó el desdichado Alfred Bosch, y todo con una admirable técnica digital; ¿si las voluntades de sus propios militantes se la resudan de esta manera, os imagináis cómo les preocupa el albedrío de los ciudadanos? De aquel tiempo acá, si os fijáis, los republicanos han escondido tanto como pueden a su candidato (de hecho, pobrecitos míos, rezan a diario para que no coincida en un debate con Jordi Graupera, porque la pana sería antológica), y así ERC continúa con el rumor de ampliar la base y sumar voluntades al independentismo, una mandanga absurda que, como ya se está viendo, sólo provoca que el republicanismo se parezca cada vez más al colauismo. ¿Os imagináis una Barcelona rogando por un referéndum pactado? Eso es Ernest.

Maragall Jr. no es, ni ha sido, ni será nunca independentista. Es del tipo de políticos que se cambian al castellano cuando charlan entre los adinerados del Ecuestre, porque ya se sabe, hay que ser educado y las cosas importantes, los negocios y la pasta aquí siempre se han expresado en la lengua del enemigo. Ernest es la máquina del tiempo que te llevará directamente a la autonomía y al pujolismo que él odió tanto, contra el cual sigue manteniendo aquel odio visceral: ¡ay, tete, lo jodido que es llegar a mayor y convertirte en todo lo que habías reprobado de joven! Sólo hay un algo que me lo hace digno de estima, al alcaldable de los españoles: tiene que ser bien jodido, ciertamente, que te hagan hacer de prota cuando siempre has sido un excelente fontanero en la sombra y que, además, seas el segundo plato y la copia de un político genial.

Te abrazo, Ernest, y te compadezco, magnánimo.