Lentamente pero imparablemente, la mayoría de los electores soberanistas y de los partidos que los representan trabajan con la hipótesis cada día más segura de la imposibilidad del retorno de Carles Puigdemont al territorio catalán. Esquerra podría aceptar que el Molt Honorable 130 conservara el poder simbólico de ser "president en el exilio" (y que, por lo tanto, se incumpliera la promesa que Junts per Catalunya hizo a sus votantes cuando les aseguró que el president entraría pronto en Palau) e incluso podría llegar a investir una figura de consenso de la lista de Puigdemont, a cambio que la maquinaria del gobierno continuara en manos de los republicanos, a la espera del posible retorno de Junqueras. Contrariamente a lo que ha insinuado Rufián, Esquerra estaría bastante contenta con un "president por Skype" y con la presencia de un lugarteniente a la Generalitat a cambio de una mayor cuota de poder al ejecutivo autonómico.

El actual vicepresident ya había conseguido comandar Economia y tener a su alcance el único ministerio real que guarda la autonomía catalana en términos presupuestarios: el Departament de Salut. La jugada de Esquerra consistiría en ampliar zonas de acción donde el masismo todavía se quedaba intacto y haciendo saltitos (con especial énfasis a los medios de comunicación) y así aprovechar al máximo la no presencia de Puigdemont en el Parlament, donde la lista configurada por el Molt Honorable tendría que ir tirando y haciendo política sin su inspirador. De hecho, a Esquerra eso del president a distancia no le representaría ningún problema, porque —al fin y al cabo— quien prometió a sus votantes volver fue el 130: hay que decir que en un entorno político donde las promesas se las lleva el viento todo eso puede tener poca importancia, pero —en cualquier caso— los republicanos podrán hacer valer que Junqueras ha pagado más alta su pena.

A partir de ahora, lejos de la carrera por el liderazgo, el independentismo se centrará en la pugna para ver quién ha sufrido más

En resumidas cuentas, en el soberanismo empieza una lucha que no sólo se adapta a los habituales codazos por el poder (cosa bien comprensible), sino que, a la catalana manera, los partidos empezarán la pugna por ver quién acumula más martirologio. En un mundo ideal, nuestros líderes harían examen de conciencia y se dedicarían a explicar al pueblo qué se ha hecho mal y hacia dónde se quiere caminar, como reclama con mucha ciencia (y cada vez más solitariamente) la CUP, pero eso del accountability es propio de países civilizados, y aquí en Catalunya disfrutamos mucho más con el memorial de agravios. A partir de ahora, lejos de la carrera por el liderazgo, el independentismo se centrará en la pugna para ver quién ha sufrido más: podríamos ser resolutivos, pero ya sabéis que eso del judeocristianismo nos encanta. Quien pueda exhibir más daños en la piel, por desgracia, será quien tenga más opciones para mandar.

Empezamos, pues, el año con las disputas autonomistas de toda la vida, una lucha por la hegemonía dentro del independentismo que Puigdemont sólo podría salvar volviendo a forzar la convocatoria de elecciones y haciendo chantaje al resto de partidos para presentarse bajo un mismo paraguas. No creo que Esquerra caiga, pero teniendo en cuenta el espíritu naïf de los republicanos, cualquier cosa es posible. Al fin y al cabo, si los convergentes han ganado unas elecciones con una promesa que ya sabían imposible, ¿qué no se atreverán a hacer a partir de ahora? Bienvenidos de nuevo al culebrón de la autonomía española.