Ha bastado con que Elisenda Paluzie tomara la sabia decisión de eliminar la zona VIP para políticos en la próxima manifa de la Diada para que la clase dirigente del procesismo haya estallado en una llorera colectiva que tiene como único objetivo el ejercitarse en el arte con el que más sobresale: el chantaje emocional. Que si la ANC está provocando una reacción de la ciudadanía contra los partidos, que si Paluzie y sus compadres puristas están a punto de generar un estallido de lo antipolítico, que si se está animando al pueblo para que silbe a nuestros representantes, ellos que se han sacrificado tantísimo por nosotros, y un largo etcétera de repulsiva vomitera. Fijaros si la cosa flojea argumentalmente, que Esquerra ha decidido sacar del congelador a Josep Huguet con tal de sermonear a los ciudadanos que, humildemente, no sólo eliminaríamos las zonas VIP de la manifa sino que obligaríamos a desfilar a más de uno con orejas de asno.

El procesismo tiene una visión de la alteridad comunal de un altísimo interés filosófico. Cuando uno aplaude a los líderes en una ocasión como la Diada, se hace selfies compulsivamente o retuitea los poemas con los que mi querida Laura Borràs nos ameniza la vida literaria en las redes, uno forma parte de “la buena gente”, “el pueblo catalán” o hasta “la sociedad civil”. Pero cuando esta misma beata ciudadanía decide que ya es hora de rendir cuentas con una clase política que les ha mentido con total impunidad, cuando alguien le recuerda a Gabriel Rufián aquellos de los “18 meses y ni un día más” o cuando un manifestante se atreve a silbar a Joan Capdevila por presidir una comisión en el Congreso responsable de fomentar la marca España, este mismo individuo deviene un hiperventilado que es agente del mismo Satanás, un maligno divisor de la unidad estratégica del independentismo o incluso, faltaría más, una mala persona.

Antipolítica, queridos representantes, es lo que lleváis perpetrando durante años a base de mentir, de anticipar una independencia en la que nunca habíais creído ni pretendíais solidificar mediante una sola estructura de implementación

Entiendo que a los partidos que se autodenominan creativamente independentistas les sorprenda que, por primera vez, la ANC tenga una presidenta con suficiente gallardía como para no ceder a su dominio. También comprendo que les parezca increíble, ya ve usted, que la manifestación del 11-S sea precisamente eso, una manifestación, concepto que según nuestro diccionario de la RAE remite a la “Reunión pública, generalmente al aire libre y en marcha, en la cual los asistentes a ella reclaman algo o expresan su protesta por algo”. Todo ello resulta comprensible, porque hasta ahora se nos había obligado a acostumbrarnos a desfiladas tremendamente creativas donde todo quisque debía cantar idénticos eslóganes en exacto minuto y segundo. Pero es visible como, y ello sí que debe provocar sonrisas, cada vez existe más gente a la que la sistemática tomadura de pelo ya empieza a devenir fatigante y que así pretende hacerlo saber a los políticos.

Antipolítica, queridos representantes, es lo que lleváis perpetrando durante años a base de mentir, de anticipar una independencia en la que nunca habíais creído ni pretendíais solidificar mediante una sola estructura de implementación. Antipolítica es vuestro chantaje perpetuo, tan horripilante como impúdico. Hasta ahora habíais manipulado a los ciudadanos. Ha llegado el momento en que empecéis a temerlos un poquito. El mundo de ayer va hundiéndose, lenta pero seguramente. La revolución de las sonrisas acaba y empieza la revolución del ajuste de cuentas. Y yo, no lo puedo negar, la recibo con una sonora e insultante carcajada.