Por Barcelona corre el rumor según el cual el día en que los Mossos encapsularon a un grupo de conciudadanos en el barrio de Gràcia (y por "encapsular" entenderíamos arrinconar a la peña con el único objetivo de repartir hostias sin freno), el major Josep Lluís Trapero se encontraba en un furgón de la policía catalana dirigiendo personalmente la carnicería. A servidor, que no es periodista de carné, eso de las habladurías siempre le han dado mucha pereza, pero no deja de ser curioso que un personaje con tanta proyección mediática desde el 17-A y de su posterior procedimiento judicial, ahora permanezca desaparecido con una discreción casi franciscana. Barcelona no es Kabul, ni las calles del Eixample un nuevo Vietnam (como así pregonan los articulistas de La Vanguardia), pero después de una semana de disturbios en la calle quizás sería oportuno que el major se dignara a aparecer.

El caso de Trapero es bien curioso, incluso me atrevería a decir que único en el mundo. Después del 155, el capataz de la policía ha sido el único cargo público importante de la Generalitat a quien se ha otorgado el don mágico de aquello que tal día llamamos la "restitución". La cosa tiene gracia, pues Trapero expresó en un tribunal enemigo que había urdido un plan con el noble objetivo detener personalmente al president de la Generalitat, en caso de que este hubiera osado mantener operativa la DUI (como había prometido a los ciudadanos, dicho sea de paso). Eso no impidió que Torra restituyera a este policía (que, voluntaria o inconscientemente, se había convertido en un héroe del procesismo después de haber matado a los conciudadanos yihadistas que decidieron hacer egosurfing por la Rambla) ni tampoco que el semigobierno de Aragonès y Miquel Sàmper haya decidido prescindir de sus benignos servicios.

No deja de ser curioso que un personaje con tanta proyección mediática desde el 17-A y de su posterior procedimiento judicial, ahora permanezca desaparecido con una discreción casi franciscana

Trapero ha sido intocable para los independentistas, también para la judicatura española, y ahora parece que su presencia casi angélica le permita ejercer como última instancia de la policía catalana sin dar ningún tipo de explicación por los nueve ojos y un testículo que la nuestra benemérita con alpargatas ha robado a los organismos de la conciutadanía. Pere Aragonès tardó casi una semana en manifestarse por los disturbios en la capital, poniéndose al lado de los tenderos con aquel aire de Artur Mas con pies alzados que va cogiendo a día que pasa. Quim Torra, ya lo escribí, ahora hace de tuitero retirado (pagando todos, of course) y se dedica a enmendar al conseller que él mismo había nombrado. Pero Trapero permanece silente como la Virgen María, escondido como cuando Pilar Rahola se quejaba de que lo habían apartado de su trono para dejarle hacer sólo fotocopias en un despacho sombrío.

¿Dónde estás, Josep Lluís? ¿No tienes nada que decir, querido major? Te lo repetiré, para que conste en acta. Llevamos nueve ojos y un testículo menos a las espaldas. Hemos hecho camisetas con tu figura, te hemos llamado TrapHero e incluso te hemos aplaudido cuando hacías entrada en los restaurantes donde ibas a cenar con la parentela y los amigos. Te pagamos gustosamente el sueldo, y mira si nos gusta pagar que incluso no me extrañaría de que te hubiéramos sufragado la minuta y las lágrimas honestas de la gran Olga Tubau. Diría que nos lo merecemos, Josep Lluís. Sal del furgón, saca la cabeza y di alguna cosa, major, que eso de esconderse tras la placa no hace de buen policía. Ánimos, héroe, que tú puedes.