Justo al salir de la comisión unilateral entre el Estado y su administración autonómica en Catalunya, Ernest Maragall lamentaba el “no absoluto” de Pedro Sánchez y de Meritxell Batet a negociar un referéndum pactado para decidir el futuro político de Catalunya. ¡Pues sí, Ernest, es una lástima! Todavía te diría más, ¡la cosa es una auténtica putada! Y yo que me pensaba, ya ves tú, que a Batet se le erizarían todavía más los rizos de placer con la idea de convocar un referendo de autodeterminación… Pues ya lo tienes, conseller: qué gente más escrupulosa, estos sociatas. Bien, Ernest, a ti qué te han de decir de los socialistas, coautor como eres del invento. De hecho, esto de ensanchar la base ya lo comenzó Junqueras fichando a antiguos militantes del PSC como tú, ¡tete! Y todo, ya lo ves, para que acabes hablando como un convergente de toda la vida: exhibiendo la herida abierta del agravio.

Pero no os penséis que las reuniones como la de esta semana, de mesa kilométrica y caras de circunstancia, son inútiles, porque la mise-en-scène del discurso político siempre denota cosas interesantes. En el caso que nos ocupa, y consciente de que España nunca negociará la autodeterminación de aquello que considera un mero fragmento de su territorio, nuestros representantes políticos han acudido a las reuniones que creen bilaterales con la única y soterrada intención de reducir las futuras condenas de los presos políticos. Más claro, el agua. A partir de ahora, la Generalitat de Puigdemont solamente trabaja para que los presos salgan del calabozo y para que el 130 pueda volver muy pronto de Bélgica. Quién os ha visto. Después de ocho años de procés, nuestros líderes quieren que volvamos a cantar Llibertat, amnistia, Estatut d’Autonomia, condenándonos a vivir ya granaditos la juventud de nuestros papis.

Si la Generalitat acaba negociando el retorno del president a Catalunya, será solamente a cambio de contrapartidas políticas que castren el independentismo por unas cuantas generaciones

Por fortuna, eso de la historia tiene la gracia de explicarte el presente con un poco menos de trampas. En efecto, como ya pasó con Tarradellas, si la Generalitat acaba negociando el retorno del president a Catalunya (así como los respectivos indultos o reducciones de condenas a los presos), será solamente a cambio de contrapartidas políticas que castren el independentismo por unas cuantas generaciones. De hecho, las élites sociovergentes del país ya hace tiempo que preparan el aterrizaje a lo que ellos consideran la normalidad, un gesto que Esquerra está intentando copiar a pies juntillas con la excusa-mandanga de ampliar la base y que, muy pronto, hará que los republicanos acaben tan vendidos como los convergentes. Hace pocos días, un buen amigo republicano me comentaba que nunca como en este gobierno ha dado curro administrativo a tantos militantes de su partido. Es la cosa más española del mundo: una administración de colocados.

Para muestra un ejemplo. Hace pocos días sabíamos que Josep Borrell ha fichado a Senén Florensa, antiguo secretario de Afers Exteriors de Artur Mas, como nuevo embajador español ante la ONU en Viena. No será la primera obra de gracia entre la oligarquía socialista y los convergentes, interesados en repartir pasta en esta nueva y reestrenada normalidad, una pax autonómica que sólo podrá contrarrestarse con una sacudida de la sociedad civil y los CDR. Esto, of course, habida cuenta que los ciudadanos de este país no tengan suficiente en pensar qué color de camiseta llevaran en la próxima diada del 11-S, entre otros asuntos de primer orden. De momento, por si no lo sabíais, España no quiere negociar la autodeterminación de la tribu. ¡Qué lástima, Ernest!