La política de nuestros tiempos sobrevive a través de una dinámica tan banal como perversa que funciona entre el discurso victimario y el uso del chivo expiatorio. Del primer apartado hemos hablado muchas veces con eso nuestro de la tribu y del procés, y ahora que los ex presos políticos están en la calle se está viendo como ante cualquier enmienda a los mártires de la patria, incluso si la hacen políticos de sus propios partidos, el recurso que utiliza todo buen victimario se resume en la frase "tú no has pasado ni un solo minuto en la prisión y yo me he cascado más de tres años". El chivo expiatorio se ha exacerbado durante la pandemia y el confinamiento cuando los gobiernos han querido desviar su incompetencia traspasándola a diferentes creaciones prototípicas de ciudadano irresponsable. La última etapa de esta agonía del chivo expiatorio es la histeria con la que se está culpabilizando a la juventud como la nueva fuente de contagio masivo.

Para reprobar a cualquier colectivo, la primera norma es infantilizarlo con presunciones de idiotez. Se afirma que millennials y zentennials son la peña menos concienciada con los peligros del virus (y da igual que no haya un solo estudio que lo certifique), asumiendo que su laxitud proviene del hecho de que los niños todavía no han pasado por la enfermería y el consecuente pinchazo. Se cree, en definitiva, que, por el hecho de no informarse por los canales habituales de comunicación, nuestros jóvenes son una panda de imbéciles, un rebaño de inconscientes y una caterva de temerarios que viven encantados de llevar el bicho en la sangre, como si los cachorros no hubieran sufrido el confinamiento (de hecho, han sido de los ciudadanos más afectados por la delirante restricción de movilidad y circulación, sobre todo con respecto a su vida académica) y como si tampoco hubieran experimentado la muerte de padres y abuelos ahogados en los hospitales.

No hay que ser un genio para entender que los jóvenes, al fin y al cabo, no han hecho nada que no estuviera permitido legalmente por el universo impoluto de los adultos

La estulticia, contrariamente, la están demostrando todos aquellos que culpan a los jóvenes de haberse largado de casa en viajes donde se ejercita la típica juerga de fin de curso. No hacía falta ser Sherlock Holmes para saber que nuestros jóvenes tendrían ganas de ir a tajarla a Mallorca después de los exámenes de selectividad y de un año de fucking clases delante del ordenador de casa. Y tampoco hay que ser un genio para entender que los jóvenes, al fin y al cabo, no han hecho nada que no estuviera permitido legalmente por el universo impoluto de los adultos. Que, ayer mismo, la mayoría de diarios del país se dirigieran a nuestros chicos con un paternalismo insufrible, en plan: "Va, chicos, que tenemos que evitar la quinta ola, que estamos a punto de reactivar el virus y la economía planetaria", como si la cosa dependiera únicamente de ellos y ellas (perdón, y de totes) y los CAP rebosaran de gente también por culpa suya resulta muy perverso.

Vista toda esta operación tan torpe de buscar un chivo expiatorio, si alguna cosa haría falta exigir a los jóvenes es una mayor capacidad de rebeldía ante hechos prácticamente dictatoriales como el famoso enclaustramiento de unos estudiantes en Mallorca, una medida inaudita en toda Europa que algunos cachondos han tildado de "confinamiento forzado" para evitar describir lo que en casa, de toda la vida, hemos denominado secuestro. Fijaos si la medida del Govern Balear tuvo poca maña (aparte de no fundamentarse en ningún corpus legal justificador) que incluso la Fiscalía de los enemigos se escandalizó del hecho de que se culpara a los jóvenes de un contagio que podía responder a otros colectivos como los trabajadores hoteleros o los clientes que disfrutaban de este lugar de ocio. La barra libre de la administración para culpabilizar es tan campante, que al final incluso la judicatura del Estado parecerá moderada.

La proliferación del chivo expiatorio como mecanismo político no es sólo un ejercicio de filosofía dominical. El caso de Mallorca muestra perfectamente cómo puede derivar en burbujas de excepcionalidad jurídica. Y ya sabemos que el poder, cuando se acostumbra a un mal hábito, no tiene mucha tendencia a corregirlo. Dicho esto, dejad a los jóvenes en paz, que no tienen el patrimonio de la temeridad ni de la imprudencia y ya han hecho bastante aguantando los vaivenes restrictivos del maravilloso mundo de los adultos sin contagiarse de su histeria masiva.