La rápida conversión de Esquerra en pal de paller del independentismo autonomista va solidificándose con la inestimable colaboración de Junts per Catalunya. El lunes pasado, en el Parlament se trabajaba (¡cosa noticiable!) y los diputados juntistas nos regalaron una sesión deliciosa en que la principal voz de Junts en el Govern, el conseller Jaume Giró, defendió ardidamente los presupuestos mientras su propio partido se los cargaba, con Joan Canadell haciendo de opositor indignado. El discurso del antiguo presidente de la Cambra Oficial del Comerç ya prometía de inicio: "Veo que en la pantalla (refiriéndose al timer del atril en el Parlament) tengo 52 minutos; espero que eso sea una cifra premonitoria de la fuerza que tiene el 52% de los votos que nos da este país para hacer la independencia de Catalunya". Una cosa es ser nuevo en política, así lo confesaba él mismo, y la otra ir perdido por la vida; Joan, hijito mío, si buscas a alguien que luche por la independencia, huye de este hemiciclo.

Sería interesante saber quién supervisa los discursos juntistas en el Parlament porque, aunque Canadell se disfrazara de maulet para impostar espíritu indepe, el suyo fue un speech de agravios económicos que, en espíritu, habría podido firmar el Artur Mas del pacto fiscal (bueno, el Astuto no habría dicho tonterías como disparar que el 100% de impuestos que pagan los empresarios catalanes se van a Madrit, entre otras mandangas sin fundamento; pero ya nos entendemos). Canadell, en definitiva, hizo una salmodia convergente para acabar diciéndole a Esquerra que podía caer en la tentación de "volver al autonomismo con un tripartito de vía amplia". La cosa tiene mucha gracia, porque cuando el diputado se refirió así a una más que posible futura alianza republicana con los comuns, servidor pensó que, tripartito autonomista de vía amplia, en el Parlament y en el Govern, ya lo tenemos; se llama Esquerra, Junts y la CUP, tres partidos de españolísima conducta, dinámica y voluntad.

Sirva de modelo Esquerra, que intercambió el favor de los comuns en la cámara ordenándole al tete Maragall que le aprobara las cuentas a Colau (como siempre, la gran triunfadora de la fiesta cuando Catalunya juega en el tablero español). La cara que hacía al pobre Ernest después de la bajada de pantalones (dispensad la expresión heteropatriarcal, quería decir por el "cambio repentino de opinión") era una cosa realmente antológica. Pero también la CUP, un partido que refunfuña que da gusto, pero que posibilitó la formación de este gobierno a sabiendas que la independencia no estaría en ninguna de sus carpetas. También lo sabían los juntistas, que más allá de Giró (seguramente el conseller con quien más sintonía tiene el president Aragonès, contando los de su propio partido), no han conseguido marcar perfil propio en un Govern que reza cada día para que la noticia sea que no hay noticia. Hoy por hoy, Junts sólo es una máquina de cobrar sueldos y mantener Twitter vivo.

Junts describe muy bien el espíritu de un partido que sólo está por estar, es decir, para seguir predicando la secesión desde el pequeño calor que regala el autonomismo

Con Laura Borràs interesada únicamente en el hilo musical previo a la sesión del Parlament y los consellers juntistas marchándose del pleno cuando habla el portavoz de su partido (dando a entender que les interesa mucho más tener un presupuesto para gastar que lo que diga Canadell o el Espíritu Santo de Waterloo), Junts describe muy bien el espíritu de un partido que sólo está por estar, es decir, para seguir predicando la secesión desde el pequeño calor que regala el autonomismo. No es extraño que, como ya hizo con la mesa del diálogo, el 132 haya ido directamente pactando los presupuestos con Colau. Porque en un entorno de pequeñez, donde los más cínicos son precisamente los que más protestan mientras aprovechan para engordarse la nómina, Aragonès ha tenido la bondad de no disimular; él es un simple administrador y un contable necesita los presupuestos. Si se tienen que pactar con sus socios, mano de santo, pero si hay que picar la puerta de los españoles, pues se hace y santas pascuas.

Si Junts considera que este es un Govern autonomista, que a fe de dios lo es, y lo que quiere es ganar credibilidad, lo tiene muy fácil: que se marche. Si continúa, como he dicho, para repartir la migaja y seguir tomándonos el pelo, estaría bien que tuviera la decencia de ahorrarse los discursitos sobre la vía amplia. Ante todo este vodevil, como informaba ayer mismo este querido mío Nacional, es lógico que el Govern, en palabras de su portavoz, haya optado por "aislarse" y estar "por encima de las batallas partidistas". Catalunya, ya lo veis, vuelve a los mejores tiempos de la ética Montilla, con una administración que la cree poder comandar desde una oficina, como si la nación fuera una subdelegación de Hacienda, y una clase política perdida en debates metafísicos de tercera que tienen como común denominador seguir mintiendo a los electores. Todo eso, como decía antes, bajando el listón nacional a la mínima para seguir regalando poder a Colau al otro lado de Sant Jaume.

Pero como pasó después del tripartito, la pervivencia del conflicto con España tirará la inmensa parte de estos políticos a la papelera de la historia y toda esta montaña de cinismo acabará afectando a la salud de muchos cortesanos. Cuidado con eso último, compañeros de Junts pel Sou, que la doble moral se acaba pagando y vida sólo tenemos una.