A los jóvenes les agradezco, entre mil y una cosas, que hayan desvelado el típico paternalismo soberbio de la viejas generaciones llenas de seny cuando quieren solidificar su poder. Los aprecio de todo corazón, sólo por desnudar, con su pura presencia, la indigencia mental de toda esta cantidad infecta de sociólogos aficionados y de politólogos sapientísimos que pretenden reducir su lucha a un accidente tecnológico de Instagram y Whatsapp y a todos estos memos que se ventilan sus anhelos políticos en tertulias horripilantes afirmando que, ya se sabe, los chavales están cansados, no tienen curro y les falta esperanza, y que sólo por eso tiene toda la lógica del mundo que se dediquen a quemar contenedores en la calle. Sólo por la gracia de desenmascarar a estos plumillas de mierda, a los jóvenes ya les tendríamos que invitar a nuestros restaurantes predilectos sin límite de platos.

Cansados de la España represiva y de la Catalunya que sólo gana en lo simbólico, nuestros jóvenes han dicho que ya basta de Tsunamis que ocupan el aeropuerto hasta la hora de irse a la cama y que ya tienen los ovarios llenos de declaraciones políticas y de teatrillos patéticos como la manifa de ayer, con Rahola y Borràs salpicando el corrillo de autoridades como auténticas folklóricas. Me alegro sinceramente de que nuestros púberes hayan decidido que no vale la pena comer tanta mierda como hemos digerido los de mi quinta, espantosamente nostálgica, y que toda esta mandanga tiene que acabarse. No seré yo quien hable por ellos, porque cada generación tiene el derecho inalienable de ser su propia portavoz, pero me hace feliz que por fin haya gente que, más allá de ser o no españoles, no esté dispuesta a pasar a la historia por ser una auténtica muestra de desgracia. 

Tras todo lo que vino después del 1-O, la independencia se me antoja como una posibilidad harto remota. Pero a diferencia de un servidor, que se cura la tristeza leyendo novelas insufribles y fumando puros con apariencia de dandi comarcal, los jóvenes han decidido que no quieren ser parte de una historia cobarde. De momento sólo salen a la calle y se revindican, es cierto, pero esta virtud cívica ya es mucho más de lo que yo he hecho en toda mi vida con mis articulitos de tiovivo. Estos días me ha hecho mucha gracia ver la generación de la Transición, y especialmente a todos los vividores del progresismo español que vieron como Franco se les moría en la cama, chotearse de una nueva generación de infantes que están fabricando su voz con la mejor de las intenciones. A los chavales que salen estos días a defender la democracia menos lecciones, y mucho más respeto.

Yo os saludo, queridos jóvenes, y os admiro porque tenéis la valentía de arrasar con aquello viejuno que yo no tuve la valentía de derrocar. Si vuestra guerra incluye destruirme, os lo digo desde ahora, no dudéis en hacerlo, si hace falta con toda la fuerza del mundo. De hecho, os tengo la peor forma de odio posible: cuando os veo, os envidio.