La fatigosa pantomima sobre la presencia o la ausencia del president Torra, previa al acto de inauguración de esta mandanga atlética que celebran en Tarragona, encarna perfectamente la tónica de este nuevo independentismo post-1-O regido por la pantomima continua del ahora no pero después quizás sí y del hoy te doy pero quedemos pronto en que nos haremos cariñitos, un quehacer político que, de retorno al catalanismo, nos tendrá perpetuamente ocupados con una indignación absolutamente estéril que no lleva a ninguna parte. Mientras el president Torra gesticule de vez en cuando, haciendo como que se enrabia, y el españolismo lo pueda tildar de xenófobo o de excluyente, los partidos catalanes aprovecharán el guirigay para pactar la neoautonomía bajo mano con Pedro Sánchez. Volveremos a la época Pujol, cuando el president 126 negaba la libertad a los catalanes con el chantaje de su supuesta influencia en la política española. Así lo querría también la esquerrovergencia, pero la operación les saldrá mal: primero, porque no hay tanta pasta por repartir como en los años noventa, con lo cual les será más difícil comprar voluntades, y segundo, porque los ciudadanos empiezan a estar hartos de promesas que se las lleva el viento.

Que el españolismo vive comodísimo en esta situación se vio perfectamente en las caras de satisfacción de los habitantes de Tabàrnia con aquella inauguración tarraconense de un amateurismo espantoso (por la que los sociatas de la empresa Focus se han llevado un buen puñado de cuartos, as usual), en la cual ni puto dios estaba mínimamente interesado en lo deportivo, pues la peña que había reclutado Societat Civil Catalana tuvo bastante con gritarle "¡Guapo!" a Felipe VI, silbar al president de la Generalitat y ver cómo los paracaidistas del ejército ocupante volaban por encima del estadio, porque hay muchos conciudadanos que eso de ver a militares cayendo sobre el territorio se la pone dura. El president Torra decidió sumarse al folclore general y regaló al monarca un libro del 1-O, como si la inauguración tarraconense fuera una secuela del día del libro y de la rosa: "Tenga, majestad, esto es un resumen de lo del día de los guantazos y tal". Lo más jodido de todo, queridos lectores, es que bajo esta estrategia de tres al cuarto y todo el despliegue de gestos y de simbolismos se esconde un montón de asesores que se creen tan inteligentes como los euricos que nos cuestan cada mes.

Con los asuntos presidenciales, ya se sabe, la cosa siempre tiene cierta pompa y gracia. Pero a los consellers de este Govern intervenido les será muy difícil hacer creer a los ciudadanos que de sus oficinas sale algo que sea efectivo, por utilizar el idiolecto procesista. Tengo que reconocer que, de todos los esfuerzos que hacen los consellers para recordarnos su intensísima actividad, mi opción preferida es sin duda la honorable Teresa Jordà, titular de Agricultura y etcétera. Hace pocos días, Jordà compartía un tuit en la red para anunciar la buena nueva de la flamante inauguración (no es cachondeo, ¡os lo juro por mi madre!) de "la tarima de madera y del mobiliario de la terraza de la sede del comedor en el edificio de la conselleria en Gran Vía." ¡Cuando lo leí me tuve que restregar los ojos doce veces para recuperarme! La inauguración, según parece, era importante, pues la madera de los muebles había sido obtenida de árboles provenientes de los bosques que son propiedad del departamento en el Pirineo. El tuit seguía explicando el asunto: "Con esta reforma se quiere poner en valor la madera de proximidad (???) y su uso en construcciones obteniendo productos de alto valor añadido y creando puestos de trabajo en el territorio".

En breve, ya lo veis, no solo inauguraremos las terrazas de los edificios públicos, sino que también televisaremos la llegada de los funcionarios de la Generalitat a la terraza con el fin de inaugurar la temporada de los tupper de macarrones y de ensalada de lentejas, que también son estructura de Estado. Sinceramente, con toda esta inteligencia en la zona de mando, España lo sigue teniendo muy bien ya no para mandarnos, sino para seguir haciéndolo con grandes dosis de carcajadas.