Es muy sintomático de que la mayoría de cronistas catalanes hayan justificado la victoria de Ayuso en términos de bares, birras y tapas. Que la presidenta madrileña se haya presentado a las elecciones abanderando una idea de libertad y con un discurso de poder sin ningún tipo de complejo (por muy banal y más bien poco liberal que sea su idea del albedrío) ha cortocircuitado la mentalidad servil y la escasa capacidad de imaginación de los gacetilleros de la tribu. En Catalunya se explica que Ayuso ha arrasado por el simple hecho de abrir las tabernas y apostar por la jarana no solo por este hábito tan nuestro de sentirnos moralmente superiores y más ascetas que el vecindario peninsular, sino también porque el discurso político catalán ha abandonado la idea de autodeterminación de una forma tan chapucera que solo el hecho de ver dibujada la palabra libertad en la boca de otros nos produce el escalofrío de un trago de zumo de pomelo.

Ya sea gobernada por el PSOE o por el PP, Madrid siempre ha tenido su particular "movida" cultural. Por muy artificial que fuera su creación como comunidad autónoma, la fuerza de la capital y la turboeconomía que le insufló el aznarismo ha derivado en una idea de acción y negocio que el PP ha sabido captar mucho mejor que la izquierda beata y puritana de la capital. Miguel Ángel Rodríguez, que ya había transformado el castellanismo de Aznar a un perfil de centrista moderado y business friendly, ha intuido que Ayuso podía encarnar perfectamente este nuevo tipo de líder trumpista-johnsonista que el Brexit ha puesto en circulación en todo el mundo (recordad a Pla: de los ingleses todo el mundo se ríe, pero siempre los acabamos copiando) y se sube al carro del nacionalismo más tronado y excita por igual élites y pequeños comerciantes prometiéndoles todas las facilidades para abrir su puesto.

No eres tú, lector mío, quien se ríe de Ayuso: es ella, que no solo gana sino que ha dejado a todos sus rivales en la cola del paro

Los políticos catalanes han llorado como bebés la victoria del PP madrileño no porque vean amenazada su vía pactista con PSOE y los presos vean peligrar sus indultos, sino porque figuras como las de Ayuso, por muy grotescas que sean, resultan mucho menos esperpénticas que la de políticos como Pere Aragonès o Jordi Sànchez, que habían prometido una nueva hoja de ruta independentista a los catalanes después de obtener el famoso 52% de los votos en las últimas elecciones y que solo se han dedicado a prostituir una vez más las ilusiones del pueblo para hacer ver que negocian algo y para hacer ver que en Catalunya se decide algo. Mientras los puritanos de la tribu se mofan de Ayuso con ademán de misa y le llaman tarada mental, la presidenta madrileña ya ha enviado a Pablo Iglesias a Galapagar y es la primera mujer que hace inmutar el serenísimo rostro de Pedro Sánchez.

En Madrid hay una idea de libertad, una idea que no es la mía, que se incardina a una forma de vida, unos hábitos económicos y antropológicos que no siento propios, ni puñetera falta que hace. Pero se tiene que ser muy zote y señorito para reducirlos a tomar una cañita por la noche cuando sales de la oficina y a tener la barra del bar como santuario. Es solo cuando renunciamos a ejercer nuestra idea de libertad que las nociones de albedrío de los otros nos parecen execrables. Así nos pasa en esta Catalunya beata que se rezuma en documentales de TV3 como el que la semana pasada se dedicó a Jorge Fernández Díaz, una de aquellas piezas destinadas a manifestar que los malos son los otros para que la abuela pueda acostarse sintiéndose moralmente superior al kilómetro cero. No eres tú, lector mío, quien se ríe de Ayuso: es ella, que no solo gana sino que ha dejado a todos sus rivales en la cola del paro.

Que la mayoría de ciudadanos vean cómo la partitocracia independentista ha hecho nuevamente inútil su esfuerzo es una buena noticia. Ahora falta que, de entre todo este desierto de partidos que acabarán podridos en su propia farsa, surja una sola persona con una idea de libertad y de poder para la que valga la pena volver a luchar. Dadme a una mujer catalana libre, solo una, y quizás conseguiremos el milagro de escapar de esta espantosa siesta eterna.