De la misma forma que los buitres se abalanzan contra los últimos trozos de carne que cuelgan de un bicho para sobrevivir, el colauismo ha abrazado los restos del discurso victimario procesista con mucha más picardía que la de sus creadores. Colau lo ha hecho otra vez. La alcaldesa ha recibido la última sentencia del Tribunal Superior de Justícia (que ha tumbado momentáneamente la Zona de Bajas Emisiones destinada a limitar la circulación de los vehículos más contaminantes) con aquella mezcla de ira y de gozo que le permitirá reivindicar la autonomía legislativa de su ciudad, así como blandir la bandera contra la intromisión política de las togas más conservadoras. Pase lo que pase, el estómago político de la alcaldesa regurgita la realidad a su interés.

Colau ya había utilizado el sistema judicial enemigo para propulsar su ideario: hace poco más de un año, y ratificando una sentencia del 2019, el mismo TSJC declaró nulo el reglamento de participación ciudadana ideado por los comuns (popularmente conocido como la ley de multiconsultas). Previsiblemente, la Sección Quinta de la Sala consideró los referéndums como una competencia exclusiva del Estado, pero Colau transformó esta valoración técnica del tribunal elevándola a un asunto de represión política; a saber, los malditos jueces no habían permitido preguntar a los barceloneses cuestiones fundamentales como la municipalización del agua, la posibilidad de construir más vivienda pública en el 22@, o renombrar la plaza del esclavista Antonio López con el nombre de Idrissa Diallo, un recién llegado misteriosamente muerto en un CIE. La táctica, of course, es de primero de Artur Mas.

A medida que se acerquen las municipales, Colau explotará cualquier esquina de donde pueda brotar el tono victimario y no me extrañaría que tuviera alguna otra ocurrencia legislativa expresamente urdida para la prohibición del TSJC. Todo eso es sabido y profecía, como también resulta obvio entender que Colau, que es seguramente la política más inteligente del país (y así nos va), solidificará su electorado en cada nueva traba. Ada sabe que nunca arrasará en unas municipales, pero también entiende que tiene suficiente con quedar primera o segunda con la ayuda del Valls de turno para poder quedarse en su trono. Puedo entender que las sectoriales indepes de la capital hayan perdido el timón de su discurso, porque la alcaldesa les ha birlado tan hábilmente la cartera de los sintagmas, pero lo que todavía me sorprende honestamente es cómo el independentismo hace todo el posible para que la alcaldía se le vuelva a escapar.

Puedo entender que las sectoriales indepes de la capital hayan perdido el timón de su discurso, porque la alcaldesa les ha birlado tan hábilmente la cartera de los sintagmas, pero lo que todavía me sorprende honestamente es cómo el independentismo hace todo el posible para que la alcaldía se le vuelva a escapar

A estas alturas, Ernest Maragall sigue siendo una caricatura del gran fontanero municipal que fue. Si quedara alguien con un poco de honestidad en Esquerra, le diría al candidato de la gerontocracia una verdad tan objetiva y humana como que le toca jubilarse y disfrutar de la vida sin el auto oficial. Más que un conseller o un asesor, Elsa Artadi tendría suficiente con una mejor amiga que le recordara algo que en su partido nadie parece querer decirle: nunca será alcaldesa de Barcelona, porque en lo único que ha sobresalido es en rehuir responsabilidades cuando su partido las ha pedido (en Junts ya la conocen como la novia a la fuga). A todo eso se suma el ridículo espantoso del ámbito del centroderecha, de los restos de los pedecàtors al siempre bonito Santi Vila, que todavía pueden dividir más el pastel.

Ante este panorama, no me extraña que los espíritus más sagaces del PSC estén pensando en jubilar al pobre Collboni y situar de alcaldable a Salvador Illa para repetir el efecto de las elecciones al Parlament. Personalmente, diría que Miquel Iceta se ajusta más al perfil del cargo y tiene mucho más espíritu barcelonés que el antiguo ministro socialista (pero cuidado, los barceloneses tenemos un pequeño narciso en el estómago y no nos acostumbran a complacer los candidatos que llegan a la ciudad como último recurso para mandar). Sea como sea, con el voto de orden echando la siesta al solecito y este ridículo nauseabundo del independentismo, uno no puede evitarse preguntarse si a Esquerra ya le va bien que Colau monopolice el Ayuntamiento mientras acceda a pactar alguna cosa más que los presupuestos a la Generalitat. Si es así, Barcelona se convertiría (todavía más) en una moneda de cambio y una ciudad abocada a la irrelevancia.

Por otra parte, regalando la ciudad a Colau, los republicanos certificarían una cosa bastante evidente; aparte de burlarse del futuro de la capital del país, la independencia ya no les interesa para nada. Sería una lástima, pero todo cuadraría.