Los taxistas de Barcelona no han perdido una guerra contra Uber o Cabify ni contra los avances de lo que los cursis denominan las nuevas tecnologías. El taxi ha caído en la podredumbre actual por obra y gracia de su propio sistema regulador, un macabro entramado especulativo de licencias que ha aumentado desorbitadamente de precio (concretamente un 503,7% en el periodo 1987-2016) y los damnificados del cual han sido sobre todo los propios trabajadores. A partir de unas licencias que la administración distribuía con arbitrariedad estalinista, a los taxistas se les hizo creer que comprarían un puesto de trabajo para siempre y que, una vez jubilados, lo podrían revender por mucho más dinero. No fueron Uber ni Cabify quienes introdujeron el capitalismo en el mundo del transporte público, sino unas administraciones que favorecieron un feudalismo sobre-regulado de compraventa, que es la forma más salvaje de economía de mercado, pues lo único que hace es aumentar precios.

Al taxi no lo ha matado el paso del tiempo ni los teléfonos inteligentes, sino portavoces sindicales espantosos y de vergüenza ajena como este pobre chico, Tito Álvarez, que por fortuna parece que ya no representará nunca más la totalidad de conductores de la ciudad, ni ninguna otra cosa que implique dirigirse a la ciudadanía. ¿Pero cómo queréis ir por el mundo con esta gentecilla tan hortera, queridísimos taxistas? ¿Sería mucho pedir encontrar a alguien que pudiera hablar a los medios sin la moral del palillo en la boca, sin esta ética tan vetusta de qué hay de lo mío? No, queridos taxistas, no estáis perdiendo por quince minutos o una hora de ventaja a la hora de pescar a un cliente en la calle, sino porque creísteis en un privilegio burocrático de por vida. Sin embargo, afortunadamente y como ya pasó con la telefonía o la prensa, los monopolios acaban cayendo tarde o temprano.

He utilizado los taxis y las VTC de una forma bastante igualitaria, y me he encontrado taxistas que son excelentes profesionales, sólo faltaría. Pero ahora, pase lo que pase con la huelga, me quedo con Cabify a partir de ahora, y no sólo porque sus profesionales hayan sufrido agresiones intolerables, sino porque yo mismo he podido vivir numerosas veces como, incluso con un cliente en el interior, los profesionales de Cabify tienen que sufrir las maniobras temerarias de taxistas que les quieren cerrar el paso o adelantarlos sin miramientos. No hablo de ciencia-ficción, sino de actos que me han hecho sentir inseguro en la vía pública. Hasta ahora, insisto, cohabitaba con los dos servicios, pero la paciencia tiene un límite: a mí me parece fantástico que un colectivo pueda parar una ciudad los días que haga falta, si su reivindicación es justa. Pero en este caso, queridos servidores públicos, vuestra lucha ya no se aguanta.

Cuando entréis en razón, no os preocupéis, volveremos a vuestros vehículos.