El liberalismo político tiene como precepto comunitario fundamental la circulación de personas y mercancías sin ningún tipo de restricción y, a nivel subjetivo, el fundamento de la identidad (política, religiosa, sexual) y la gestión del cuerpo de un individuo en el propio libre albedrío. Ayer conocíamos la muerte anunciada de la ley Roe v. Wade en los EE.UU., que comportará restricciones radicalísimas en el aborto y una más que posible criminalización general del embarazo, y pasábamos la tarde viendo como aumentaba el contador de cadáveres en la frontera de Melilla ante la cínica indiferencia del presidente Sánchez. Parece, por lo tanto, que la realidad del planeta (sumad la emergencia de teocracias en Rusia y en muchas naciones europeas) se acerca con peligro a regímenes queridamente iliberales que, debido a su altísima riqueza y poder tecnológico, podrían ser más peligrosos que los del siglo XX.

En su último libro sobre el tema (Liberalism and its discontents), el filósofo Francis Fukuyama escribe una apología agónica del liberalismo jugando a la defensiva. El autor yanqui defiende la vigencia de las democracias liberales con el argumento de que estas siguen siendo un régimen mucho mejor que cualquier poder autoritario en términos de prosperidad individual. Diría que Fukuyama olvida una gran parte de la tradición ilustrada que fundamenta mucho mejor la justificación; aparte de poner énfasis en la iniciativa privada como motor primordial de una economía competitiva y no estatalizada, el liberalismo todavía es la base más sólida para urdir comunidades que funcionen. En resumen y escrito tal cual: un mundo donde todo y todos puedan dirigirse donde sea y donde todas las mujeres gestionen su cuerpo como les plazca generará comunidades mucho más fuertes.

Siguiendo con las dos noticias comentadas al inicio del artículo, evitar la porosidad transfronteriza es una política que, tarde o temprano, deriva en comunidades muy poco permeables. Durante mucho tiempo, habíamos pensado que la entrada de la economía de mercado acabaría provocando que Rusia, Corea del Norte o China importaran el liberalismo como parte del pack existencial de la vida occidental. La previsión se ha ido al traste y es una demostración palpable de que los valores comunitarios sólo pueden ser confortantes bajo la prescripción de altas cuotas de libertad individual. Resulta del todo lógico que España haya promovido políticas migratorias de gran dureza mientras aumentaba la sed de independencia y democracia de los catalanes; cuando un estado lucha contra la liberación de un grupo de individuos determinados, y la ecuación no acostumbra a fallar nunca, se acaba africanizando como así han hecho los enemigos.

Un mundo donde todo y todos puedan dirigirse donde sea y donde todas las mujeres gestionen su cuerpo como les plazca generará comunidades mucho más fuertes

Con respecto a los Estados Unidos, las regresiones en el derecho del aborto no sólo implicarán un retroceso inmenso en las mujeres; les seguirán, muy pronto, golpes mortales a los matrimonios y el derecho de adopción de los homosexuales. Cuando un país se empeña en renunciar a las libertades, como también ha pasado en España, acaba refugiándose en una lectura prácticamente bíblica y literal de su constitución. Es así como las armas han acabado teniendo más derechos que las mujeres; en una sociedad iliberal, el único principio rector es el miedo y el único incentivo motor es el egoísmo. Pasará lo mismo, ya lo veréis, con el pseudoautonomismo que llegará a Catalunya, un entorno salvaje donde todo el mundo tratará de salvar el propio jornal y de hacerse el sordo con las libertades colectivas. Dejar de lado el independentismo no sólo nos empobrecerá económicamente; también nos convertirá en una especie de animalillos obcecados en sobrevivir.

No es extraño que, en este libro que comento, Fukuyama acabe defendiendo veladamente la subsistencia de naciones como Escocia o Catalunya como fuente de vigencia de un orden mundial mucho más poroso. Eso es un toque de atención importante para todos aquellos a quienes se quiere hacer creer que el independentismo surge fruto de un debate identitario poco pragmático y ajeno a la fortaleza de nuestra comunidad. Contrariamente, todavía opino que la única forma de ser liberal en Catalunya es apostar por la secesión, y me atrevo a pensar que si el orden mundial no quiere acabar engullido en el casino de Putin, tendría que reflejarse en la lucha de la liberación catalana. En caso contrario, el futuro pinta que será un pasado peor.