Bien, parece que después de incumplir flagrantemente los respectivos programas electorales (que prometieron la restitución del candidato republicano ganador y del gobierno liquidado por el 155) y de la pantomima de proponer una presidencia de Jordi Sànchez que se sabía imposible, el independentismo llegará en muy poco tiempo a un acuerdo parlamentario, y diuen diuen diuen que Jordi Turull tiene muchos números para convertirse en el Molt Honorable 131. La jugada es clara, pues, lejos de querer implementar (ecs) los resultados del 1-O, el independentismo buscaría investir a un candidato sub judice para que, como manda el idiolecto processista, la judicatura española tenga que pasar vergüenza por el aprieto de inhabilitarlo o quién sabe si encarcelar a un presidente investido por una cámara parlamentaria autónoma. Mis políticos, pobres, continúan abrazados a la esperanza de tener razón moral.

Porque, como sabe incluso un crío, el juez Llarena ni pasará el más mínimo azoramiento, ni le temblará el pulso un solo minuto con tal de redactar y ejecutar una sentencia inhabilitadora que, por otra parte, el Parlament acabará acatando con la parsimonia del sacristán cuando arregla las hostias antes de misa. La política catalana es tremendamente irónica y, últimamente, le complace entronizar políticos a quien ha salvado la campana por la mínima: Turull, el convergente liberado (copyright: Enric Vila) que renunció a la lucha para liderar a los pedecàtors con la irrupción del tándem Pascal/Bonvehí, el político que entró en el Parlament de chiripa en el 2004 sustituyendo a Duran i Lleida, cuando este se fue a Madrid a vivir de la puta y la Ramoneta, el convergente de Parets del Vallès que perdió la alcaldía de su población hasta tres ocasiones, llegará a la más alta instancia política de la nación.

Turull tiene bien aprendida la lección de la pantomima que significa cualquier intento de diálogo con España

Sea como sea, Turull, que vivió la gestación y aprobación del Estatut vigente, tiene bien aprendida la lección de la pantomima que significa cualquier intento de diálogo con España, y se verá muy pronto en la tesitura decidir entre pasar a la historia como reconstructor de una Generalitat pre-autonómica en que el soberanismo se repartiría cargos como si el gobierno del país fuera una lonja de pescadores o si, contrariamente, apuesta por despertar a la bestia que lleva dentro bajo esta apariencia de comercial tranquilo de piel blanquecina para hacer explotar todas las contradicciones y medias verdades del soberanismo. 

Turull es el último eslabón de una generación política que ya parecía amortizada y que tendrá las mismas y exactas tentaciones pactistas que su abuelo fundador. Justamente el hecho de que lo hayan despreciado toda la vida puede ser su máximo activo político como president, si es que decide explicar la verdad a los catalanes, previa disculpa por no haber aplicado el 1-O. Diría que Jordi Turull tiene muy pocas cosas que perder. Es un buen principio, en una época de tanta miseria y donde todo el mundo se pelea por el arroz socarrado que se esconde en el fondo de la paella.