Me distraigo por el paseo de Gràcia la noche del 8-M y me sorprenden pancartas escritas por chicas jovencísimas en las que se puede leer "Somos las brujas que no pudisteis quemar" o "Vengaremos a todas las hermanas asesinadas". Como pasa con cualquier movimiento redencionista, la liberación de la feminidad se ha impuesto no sólo equilibrar la injusticia flagrante que somete a las mujeres del presente a una menor retribución económica (por lo tanto, a una menor cuota de libertad individual), sino que pretende equilibrar la balanza de la historia vengando la totalidad del dolor que un decalaje así ha provocado durante toda la civilización occidental. El trabajo es tan titánico como imposible; el primer hito —a saber, que todo el mundo cobre lo mismo independientemente de su entrepierna— ya parece bastante abrumadora, pero eso de equilibrar la historia con el golpe de una revolución, estaremos de acuerdo, es un asunto notoriamente inalcanzable.

En este sentido, el feminismo sufre del mal de la izquierda marxista que pretendía una revolución del proletariado apelando a la ira que esta clase social había acumulado durante siglos de esclavitud. Como ha recordado Sloterdijk (Ira y tiempo), la Internacional Comunista fue una especie de entidad bancaria que tenía como misión imponer el rédito de frustración y de odio hacia las clases superiores que los trabajadores habían ido acumulando durante lustros de humillación. Sorprende que las mujeres de hoy, educadas en sociedades aparentemente liberales, todavía caigan en este pensamiento de naturaleza religiosa (porque cualquier mesianismo peca de beatería) y no sólo porque la revolución proletaria todavía no sea una realidad efectiva, sino porque el marxismo también fue incapaz de hacer más despiertos y felices a los obreros que pretendía redimir en el tiempo de su máximo apogeo histórico.

Mientras el feminismo sea una redención de la ira pretérita, un congreso continuo de ONG del entorno de Barcelona en Comú y se aleje más de un discurso de poder real, los señoros pueden respirar bien tranquilos

Ser el portavoz de la rabia acumulada sólo lleva a más rabia, pero no a más soluciones ni mejoras. Entiendo que las feministas hagan suyo aquello de la cineasta Agnès Varda ("intenté ser una feminista alegre, pero estaba muy enfadada") y empatizo perfectamente con todas las hembras que maldicen la absurda y violenta tozudez de los hombres para imponer su modus vivendi a golpe de falo. Pero si intentamos ser resultadistas, nuestro feminismo acumula muchos más tuits ingeniosos, cursos inacabables en el CCCB y seminarios interesantísimos sobre autoras que ya estaban pasadas de moda en los años ochenta que avances palpables en el ámbito de los derechos de la mujer, lo cual no es (sólo) imputable a la estulticia de los huevos de la tribu. Eso de dar las culpas a los demás ya lo hace demasiado bien el procesismo como para que ahora se sumen nuestras inteligentísimas señoras.

De hecho, resulta muy explícito que las mujeres con un nivel más alto de adquisición y poder cada vez viven más ajenas a los postulados de un feminismo cada día más conservador que, consecuentemente, pone en el estado y la burocracia su ámbito privilegiado de realización. Si alguna cosa demuestra un gobierno paritario como el de España es que las mejores ministras, las que de verdad consiguen más beneficios para las mujeres (como Nadia Calviño) son las políticas que siguen menos consignas vetustas izquierdosas y aquellas que más abrazan el liberalismo, una doctrina que, pese a quien pese, es la filosofía política que más derechos y felicidad palpable ha regalado a la feminidad. Mientras el feminismo sea una redención de la ira pretérita, un congreso continuo de ONG del entorno de Barcelona en Comú y se aleje más de un discurso de poder real, los senyoros pueden respirar bien tranquilos.

La mejor forma de honrar a las brujas quemadas y a las mujeres que han sido víctima de la violencia es alcanzar el poder con el discurso y con los hechos. Cuando las manifestantes del 8-M abandonen la canónica marxista y abracen a Stuart Mill, creedme, los hombres sí que empezarán apretar el culito de miedo. De momento, a base de tanta doctrina se consigue amansar a las fieras, por muy airadas que salgan a la calle. Sé que los consejos de un macho forman parte del heteropatriarcado, amigas, pero yo cambiaría urgentemente de chip si no queréis que vuestras hijas acaben reciclando las pancartas que llevabais en el paseo de Gràcia este pasado lunes.