La política catalana ha entrado en una nueva era de atlética creatividad en la que, si no cambian mucho las cosas, los discursos delirantes irán alejándose de los hechos objetivos cada vez con más alegría. Ayer mismo, la fortalecida Elsa Artadi declaraba en Via lliure de Rac1 que Junts Per Catalunya no tenía ninguna intención de ayudar a investir a Oriol Junqueras "porque sería entrar en el marco mental del 155." El argumento es curioso, vista la indefensión y la facilidad con que el soberanismo no solo ha acatado de facto un tal artículo (contribuyendo a unas elecciones convocadas por Rajoy y permitiendo que la Generalitat fuera intervenida con la facilidad del cuchillo que perfora la mantequilla), sino también más patentemente en las declaraciones judiciales de los líderes independentistas, que reconocieron abiertamente el carácter simbólico de la proclamación del 27-O y su nula intención de construir una verdadera república.

Las contradicciones con que los juntistas contribuyeron a las elecciones ("¡Que vuelva el president legítimo"! "¡O Puigdemont o nada!") se manifestarán cada día que pase, todavía más visto el gesto de Rajoy de convocar el Parlament el próximo 17 de enero. Brevemente se demostrará que, si se quiere preservar viva la llama simbólica de la presidencia, será mucho mejor para el Molt Honorable 130 vivir en Bruselas en libertad condicionada que en chirona en la meseta, por muy injusto que nos parezca e independientemente de que Junqueras acabe libre. Sea como sea, también se va demostrando tozudamente cómo, lejos de la voluntad de volver a establecer una hoja de ruta creíble que acepte las carencias y los fracasos anteriores y tenga más espíritu resolutivo, la próxima legislatura del Parlament será una lucha por restituir los instrumentos políticos que generó el autonomismo del 78.

El próximo año será el del 155, un artículo que ya puede retirarse o ponerse en cuarentena pero que seguirá rigiendo la vida política catalana como simple amenaza latente. Paralelamente, el rastrillo de la judicatura no se detendrá: nos guste o no, Pablo Llarena se lo pasará pipa registrando todos los documentos y preparatorios de la hoja de ruta a fin de imputar incluso a los propietarios de la copistería que los imprimió. Con un Parlament bajo la amenaza permanente de una sentencia inculpatoria, y ante la ausencia de Puigdemont, podemos ver investido president a un actual conseller sub judice. En resumidas cuentas, el año del 155 tendrá algo muy positivo: lenta pero inexorablemente, los ciudadanos verán que a la política catalana le habría salido mucho más a cuenta aplicar el referéndum (a pesar de fracasar) que no intentarlo y verse reprimida con la misma fuerza.

Ante este estado de cosas, tanto la ira como la nostalgia me parecen opciones estúpidas. No obstante, diría que servidor y mi generación nos pasaremos los que tendrían que ser los mejores años de nuestra vida en una especie de situación parecida a la de las postrimerías del franquismo, luchando por la restitución de una Generalitat autonómica (a saber, siempre intervenida desde Madrid), con el consuelo de victorias culturales simbólicas como la pervivencia de la escuela en catalán. Como me confesaba hace pocos días un amigo, existe el peligro de que la república se acabe convirtiendo en un ideal platónico de lo que pudo ser y siempre tendremos al alcance, paso a paso; pero mientras el independentismo viva en este marco, se impondrá la política del andar tirando. No son pocos los colegas que, desde hace semanas, me han expresado la intención de largarse de Catalunya para trabajar en el extranjero.

Mientras el año del 155 se acerca, la judicatura española ha liberado a Jordi Pujol Jr., el dinamizador de la economía, para dejar bien claro a las elites catalanas que, si se portan bien y se dedican a no hacer sombra al capitalismo madrileño, aquí todo el mundo vivirá en paz y las empresas del país podrán volver a vivir de las migajas del sistema. Y mañana será otro día. Que tengáis una muy buena entrada de año.