Me ha chocado mucho que mis conciudadanos se sorprendieran de la retirada de Presos políticos en España del artista Santiago Sierra, obra que como ya sabéis ha abandonado uno de los muros de la feria Arco para dejarlo en un blanco nuclear rodeado de cámaras y de curiosos que habrían hecho las delicias de John Cage, todo para acabar a manos de mi amigo Tatxo Benet, que si pudiera, estoy seguro, propondría exponerla en el despacho del alcalde Ros y de cualquier socialista favorable al 155, lo cual conformaría una experiencia de Gesamtkunstwerk bien interesante. Digo que la cosa me sorprende porque Arco fue y es un invento de la feria madrileña, Ifema, actualmente monopolizada por la Comunidad de Madrid y su Cámara de Comercio: traducido al cristiano, un chiringuito que controla la consellera de Economía madrileña Engracia Hidalgo Tena, subordinada de Cristina Cifuentes.

Vaya, que en el universo de Arco manda el PP y la pobre Carmena sólo pudo enchufar el marido de su sobrinita: y eso, como ya se ha hecho habitual, implica que tú puedes exhibir símbolos nazis, coños peludos penetrados por vergas insolentes o focas árticas maltratadas por la mano insensible del hombre. ¿Pero presos políticos catalanes? ¡Quita, quita, qué mal gusto! Este será uno de los muchos casos que nos mostrarán cómo una buena parte de la generación política que regaló a España su mayor cuota de libertad en la historia se convertirá rápidamente en una fuerza represora que hoy atacará a un rapero, mañana a una bailarina clásica y muy pronto a todo articulista que se pase de la raya, y creedme, porque sé de lo que hablo. Con respecto a mi generación y los más jóvenes, parece que se verán obligados a recobrar una serie de libertades que vivían de forma tan natural como un grupo de whatsapp.

Entiendo que Anna Gabriel haya decidido marcharse a Suiza buscando no sólo un lugar donde los jueces abracen la magnanimidad con más alegría que en el kilómetro cero, sino un entorno intelectual donde se pueda ejercer la libertad sin muchos complejos

Creo sinceramente que el exilio, más allá de una metáfora política, se convertirá muy pronto en un espacio de libertad nada anecdótica, y por eso entiendo que Anna Gabriel haya decidido marcharse a Suiza buscando no sólo un lugar donde los jueces abracen la magnanimidad con más alegría que en el kilómetro cero, sino un entorno intelectual donde se pueda ejercer la libertad sin muchos complejos. Cuando se forme el gobierno autonómico, y más todavía si Puigdemont acaba teniendo poderes ejecutivos vinculantes, se verá cada vez más la diferencia entre los políticos desvelados del exilio y los pobres burócratas que tienen que quedarse aquí a repartir las migajas de la pre-autonomía con las que el gobierno central acabará sedando a la Generalitat. A día que pase se manifestará que el 130 tendrá poca voz en un gobierno que arreglarán los convergentes de siempre; pero a nivel de discurso, si lo quiere, tendrá más libertad.

Eso del exilio nos lo estamos planteando muchos: no sería ni la primera vez que lo hagamos, de hecho. Hace un par de lustros, nos marchamos del país buscando romper el cordón umbilical con la familia, para formarnos un poco más en aquello que creíamos saber y, en mi caso particular, para descubrir las infinitas posibilidades contorsionistas de la hembra neoyorquina. Ahora nos tendremos que largar de casa, quién sabe, para poder pasear por museos donde las paredes blancas sólo estén la ocurrencia y la parida de un imitador de Duchamp pasado de moda. La vida da unas vueltas bastante curiosas, ciertamente. Espero que las hembras de Manhattan todavía nos recuerden. Nos esforzamos mucho. Dejamos muchas horas de estudio.