El diario Ara ha censurado un artículo de Xavier Roig en el que dice cosas como que "el catalán tiene enemigos, no adversarios"; que los recién llegados al país, sobre todo los hispanoamericanos, "llegan a Catalunya sin interés de aprender el catalán", y que los líderes de la tribu "no representan verdaderamente a la ciudadanía catalana, sino que están a salario del partido". Como buena censora, la directora, Esther Vera, ha tuiteado a toda prisa que "el Ara no censura ni nunca ha censurado", aduciendo que "en un mundo de redes sociales no hay censura", sino "maneras de entender el debate de ideas", aclarando también que "los insultos debilitan la argumentación en TODOS los temas". El séquito de asalariados se ha puesto en marcha; el subdirector del Ara, David Miró, tuiteó que "un medio tiene una responsabilidad social, por eso tiene todo el derecho a no publicar un artículo que no comparte sus valores" y su jefe de media, el amigo Àlex Gutiérrez, ha dicho que "el diario tiene todo el derecho de exigirle a Roig que haga entrar su artículo dentro de la línea roja que prohíbe el insulto".

Pues bien, servidor responde que la señora Vera no sólo es una censora, sino también una cínica y una analfabeta. Primero, porque categorías como la de enemigo político, lejos de ser un insulto, son conceptualizaciones filosóficas y morales que tienen una tradición de casi un siglo (leed El concepto de lo político de Schmitt, venga, que no hace daño). Segundo, porque definir los términos desde los cuales se puede debatir o no es un paso previo a urdir el lenguaje con el que el debate se despliega; decapitar una palabra incómoda o eliminar una expresión que se cree fuera de lugar en un artículo es un hecho censor mucho menor que no publicarlo porque un diario o quienquiera se atribuye el derecho a decir que no fomenta un debate sano, civilizado y no insultante. Es así como, y perdonad que rebaje el nivel (pero los chicos del Ara dan para lo que dan), la censura puede subsistir por mucho que se amparen en conceptos morales ampliamente compartidos como el pacifismo o la democracia. Y aquí es donde la censura a Roig se pone más de manifiesto; se le prohíbe negándole la condición de hipotéticamente discutible.

Cuando la censura se disfraza de buenismo y se escuda en la pluralidad de la red y en el derecho de decir qué es debatible y qué queda fuera del debate democrático, nuestros adjetivos aún tienen que ser más claros

Esta supuesta ágora que defiende la censora Vera es la de un diario que ha alimentado toda la gasolina del procesismo y que no tuvo la santa decencia de publicitar el anuncio del 1-O porque su dueño, Fernandito Rodés, tenía miedo de que sus amigos de Madrit se enfadaran; el mismo diario, por cierto, que no ha tenido ningún problema en publicitar durante lustros salmodias de la esquerrovergència (algunas de estas firmadas por futuros cargos de la presente administración, dicho sea de paso) rebosantes de promesas y de hojas de ruta que sus autores sabían fraudulentas y fuente de montañas de humo. Toda esta putrefacción moral y estas toneladas de letras que eran una simple tomadura de pelo, en opinión de Esther Vera (y de su corte de asalariados devotísimos), no debían conformar nada insultante ni ofensivo. Pues bien, ya ves tú qué cosa, a mí publicar pornografía y mentiras a sabiendas, Esther, me parece mucho más grave que decir una cosa tan sencilla, que maestro Bauçà escribió más de una vez, como que el español es la lengua de nuestros enemigos.

En una democracia liberal, repitámoslo para principiantes, no existe el debate de ideas sin que sus agentes no sólo puedan adjetivar las palabras como les plazca, sino que los autores, como es condición para hacer literatura, puedan delimitar cuál es el imaginario y el contexto categórico en el que se funda su prosa y, por lo tanto, su forma de mirar el mundo y los debates que puede incluir. Escribía acertadamente Ot Bou, en un digital ravalero, que las líneas rojas trazadas por la censora Vera no quieren "evitar ningún debate", sino "contaminarlo desde la base, de tal manera que no examine la entraña de los conflictos, sino que se limite a preguntarse si la manera de plantearlos es normal o bien extrema y peligrosa (...) Así se construyen los tabúes". El antecedente de lo que dices es cierto, Ot, pero no la conclusión; los censores del Ara no quieren alejar el tabú para desestimarlo desde un principio como extremo, sino eliminarlos todos para que la discusión pública sea una olla de tópicos y sólo sobreviva el tedio y la migaja del poder: como hacen siempre los españoles, vaya

Avisé hace mucho tiempo que la cursilería extrema y el buenismo junquerista del Ara serían el preludio de un producto periodístico censor, que fomentaría el analfabetismo y acabaría justificando la colonización mental española. Cuando lo hacía, queridos míos, me pedíais que os explicara las cosas con palabras más amables y términos menos hirientes. Ara entendéis, finalmente, que la intolerancia y la censura sólo se pueden combatir con el fuego del vocabulario más extremo, que también es el más bello y la fuente más alta de poesía. El Ara no sólo ha censurado (de nuevo) a un articulista, sino que para justificarse elige punto por punto el argumentario español, tratando de analfabetos a sus lectores y teniendo la indecencia de seguir alimentando el delirio mental de un postprocés en el que ya no creen ni los hooligans mejor pagados de la partitocracia catalana. Cuando la censura se disfraza de buenismo y se escuda en la pluralidad de la red y en el derecho de decir qué es debatible y qué queda fuera del debate democrático, nuestros adjetivos aún tienen que ser más claros.

Sí, Esther Vera. Eres una censora.